Décadas de angustias e inolvidables

Décadas de angustias e inolvidables

Los que nacimos en los albores de la II Guerra Mundial en su primera etapa de combates, y alcanzamos la adolescencia en la década del 50 del siglo pasado, nos sumergimos en un ambiente muy particular que estaba en su mayor esplendor desde sus inicios en 1930.

La dictadura de Trujillo era ya madura y había moldeado una nueva sociedad donde se destacaba el orden y la disciplina disfrutando de un excelente sistema educativo y programas de salud al alcance de la población de dos millones de habitantes.

La República había dejado de ser el campo propicio de las montoneras y de los caciques comarcales mientras una férrea dictadura aplastaba casi todas las voluntades, solo quedaba el desarrollo de actividades sociales, que recordadas ahora con las cabezas blancas o calvas nos reviven recuerdos imborrables. Mientras avanzábamos en la adolescencia y en los estudios, se nos abrían las mentes, y poco a poco conocíamos nuevas ideas sociales y políticas que impactaban en otros ambientes; el mundo se restablecía de las tragedias de la II Guerra Mundial con el surgimiento de un nuevo orden económico y político en donde el socialismo esperaba establecer sus anheladas transformaciones de un orden más justo.

Nuestra juventud transcurría apaciblemente, alterada por las primeras experiencias donde la interacción entre uno y otro sexo abría nuevas puertas de los sueños universitarios, para en la década del 60 ser premiados con un título universitario. Nuestra vida en los pueblos se soportaba por la emoción de esperar los fines de semanas; en sus plazas centrales, se disfrutaba de los conciertos de las bandas de música, que existían en casi todos los municipios importantes, para pasear en esas plazas e intercambiar las miradas pícaras de los sexos. Pero ya iban surgiendo otras inquietudes que en los años de secundaria nos empujaban a otras metas e incursionábamos en lecturas que afortunadamente existían en bibliotecas privadas. Eso nos permitía darnos cuenta del collar de hierro que nos controlaba.

Esos años juveniles de secundaria y de universidad, en las vacaciones de verano y en los bailes de la ocasión, a veces culminaban con el beso discreto de la pareja, o la primera experiencia de la explosión de la masculinidad después del despertar de las pasiones en corazones vírgenes agitados por miradas de ensueño o el suave roce de dos manos.

Aquellos años de la década del 50, atesoradas por las emociones juveniles pueblerinas y de chocar de frente a la realidad política de un pueblo oprimido, produjo el estallido en la década del 60, cuando de repente las nuevas generaciones se dieron cuenta de la sumisión que les cercenaba todas las libertades.

El legado de las generaciones, nacidas bajo el fragor de la II Guerra Mundial y que guarda el tesoro inolvidable de los años de las décadas del 50 y del 60, es haberle brindado la oportunidad al país de anhelar un mundo mejor, que desafortunadamente ha estado empañado por la rapacidad de los políticos que nos han manipulado para cosechar lo que sembramos hace ya tantos años y abonamos con la sangre de muchos héroes anónimos.

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