Decepción y peligro

Decepción y peligro

Tranquilos, muy tranquilos deben estar los responsables de los desmanes que inauguraron el 2004. Ya no se mencionan. Están en el olvido los indultos espurios y la fatal reincidencia de los beneficiarios. La devaluación de la moneda y la pertinaz pérdida de confianza en las acciones del gobierno, lucen rutina. Aún con el sonido de los fuegos de artificios en el ambiente los opinantes se pierden en una discusión impuesta. Caen en las redes de una trampa que permite obviar lo trascendente. La energía invertida en la disquisición inútil acerca de la procedencia o no del proyecto de ley que instauraría el voto preferencial presidencial, evita enfrentar las consecuencias de los problemas estructurales. A nadie conmueven la ineficiencia, el fracaso, el deterioro de instancias que iniciaban el camino hacia la institucionalidad quimérica, la corrupción, la ruina…

La fortaleza y tenacidad de las organizaciones no gubernamentales y de los partidos políticos no se percibe cuando se trata de enfrentar la violencia policial, la delincuencia, la culpabilidad de las elites, la intromisión militar en asuntos civiles. Que no, nada de eso importa. Parece que el caos continuará sobre cenizas, inventando liderazgos y destrezas, inventando carismas y auspiciando la falacia de una mejoría imposible, improbable. El país se hunde y desde una atalaya cómplice muchos lo percibían, tarde deciden cambiar la observación aséptica por la acción. Lastima que sólo exista la posibilidad de proponer el cambio de uno por otro y no la asunción de tareas pendientes para lograr la transformación necesaria en esta nación donde se mezcla la cobardía con el oportunismo y el afán de poder, la demagogia con el diálogo.

«En Nombre de la Decencia» fue el último reclamo ético con pretensiones colectivas. Dieciséis grupos organizados de la sociedad civil lograron entusiasmar a cientos de personas e hicieron, durante instantes, reverdecer ilusiones mustias. Después el silencio y tal vez el susto. Ahora devienen sospechosas las personas que no se adscriben a las corrientes partidistas o a las iniciativas de organizaciones no gubernamentales que aspiran recobrar espacios perdidos cuando no arrendados a postores invisibles y poderosos.

La insensatez, indiferencia y terquedad oficial son difíciles de conjurar y la creatividad no acompaña las estrategias que ensaya la sociedad para contrarrestarlas. Las vías institucionales son rechazadas porque nadie cree en la aplicación de la ley. La Constitución prevé mecanismos que impiden el desenfreno desde el poder, pero no se acude a la Carta Magna. El tinglado jurídico existe para imponerlo a la marginalidad y para ratificar la influencia de algunos sectores.

La democracia no es sólo la lucha por elecciones libres, fiables. Es un ejercicio constante de derechos y deberes. Es disensión. No es la reacción tardía después de esperar, pactar y soportar errores tras errores, quiebra tras quiebra, violación de derechos, acuerdos espurios. Tampoco implica la legitimidad del desorden.

Los efectos provocados por la ausencia de los caudillos serán extensos y desastrosos. Entre la cooptación, el latrocinio, la genuflexión frente a los poderes fácticos, la impunidad acordada y pública, no se vislumbran soluciones dignas. El desgaste del gobierno, de los partidos políticos y de algunos representantes de la sociedad civil impiden alternativas inmediatas y racionales. No hay discurso ni liderazgos. Sólo los incautos y los militantes fieles apuestan en esta coyuntura porque no hay misterios, ni esperanzas. Ningún grupo político nacional está exento de culpas. La canalla, desaforada y abusadora ocupa los centros de poder formales e informales . Sin posibilidad de enmienda persiste en su aptitud para la componenda y la transacción clandestina e ilegal aunque los efectos sean irreparables.

Cuarenta y tres años de transición hacia la democracia exhiben una clase política, militar, empresarial envilecida y torpe, con relevos mediocres y caricaturescos que procuran conducir a la población, atolondrada, empobrecida y sin fe, a ningún lugar. El momento es crucial. La decepción augura peligro.

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