“Defender la alegría”

“Defender la alegría”

“Es más fácil sufrir que cambiar”.
Bert Hellinger

Eres la única descendiente de los varones de tu familia”
Jacobo: me encontré con una prima tuya, Graciela Azcárate, hija de tu tío Julio.

Debe ser esa única descendiente de los varones de tu familia”.
Víctor Azcárate

En mi cuaderno de notas del 20 septiembre del 2012 escribí: ese correo resuena con eso que ahora comprendo.

No soy yo la que escribe. Ese es mi padre. Y tengo que escribirlo ahora, hoy, este mediodía caribeño, un 21 de septiembre del 2012 y prepararme de la mejor manera para recordarlo porque hace cuarenta y cinco años, un 27 de septiembre de 1967 se murió.

Sí. Se murió sin avisarme, de sorpresa y todavía duele. Y agregué para mis adentros: ¿me duele o al fin puedo evocarlo con amor y consuelo comprendiendo que ese era su destino y no el mío?

Es como lo que dijo Amos Oz de su madre. La escritora era ella y él era solo un intermediario para escribir, en mi caso soy la única descendiente de esos varones, mudos, estériles, solteros, sin descendencia.

La hija única del que se fue al exilio y nunca regresó a Trubia, que era un contador de cuentos, un relator oral de excepción que honró a sus ancestros transmitiéndome todo lo que su familia no pudo o no supo decir.


Ese era mi padre y yo su hija. Siento que en mi se cumple eso de las mujeres del Medioevo, la de la pionera en los Pirineos esa frontera entre cristianos y moros, que resguarda y trabaja la tierra para esperar el regreso del padre, del esposo o de los hijos. Y rotura, siembra, cosecha, cría los hijos, los nietos y construye con alegría porque la vida continúa.
Víctor Azcárate en Los Picos de Europa, 2012.

El 13 de junio (2012) pasado a través de una página digital donde colaboro empezamos a escribirnos con Víctor Azcárate. Entre los dos revivimos nuestras raíces comunes. Su amistad me hizo recordar a la psicóloga Brigitte Champetier de Ribes, directora del Instituto de Constelaciones Familiares.

Dice así: (…) “Cuando un familiar no ha sido respetado, cuando por cualquier motivo el clan familiar se encuentra desequilibrado, se pone en marcha la compensación del sistema, una compensación ciega.”
(…) “Pero la compensación trágica se puede transformar en compensación liberadora, liberadora para el clan como para la persona. Primero gracias a la toma de conciencia del vínculo sistémico destructivo, de la compulsión al fracaso, a la desgracia.”
Recibí el correo de un joven español que dice así:

“Me llamo Víctor Azcárate, tengo 38 años y te escribo desde Cartagena, Murcia, España. Actualmente estoy haciendo el árbol genealógico de mi familia, con el fin último de que el día de mañana nuestros hijos tengan una referencia clara del origen de su familia, algo que nos parece muy importante. Mi familia paterna es asturiana, oriunda de Trubia, Godos y la Mata de Grado. De hecho varias generaciones de mis Azcárate fueron maestros armeros en la Fábrica de Armas de Trubia. Buscando información de generaciones anteriores, encontré una rama Azcárate (Antonio Azcárate Sánchez y Pía García de Artamendi) muy probablemente relacionada con la mía.

El viernes pasado, gracias al maravilloso invento que es internet, tuve acceso a un artículo que escribió Graciela Azcárate en el que se nombra a Pía García Artamendi, como su abuela.”

Gracias a Internet me reencontré con muchos antepasados paternos que no tenían voz. Que se habían quedado fijos en el relato oral de mi padre, atrapados en una foto sepia de mis abuelos, en una cómoda de Buenos Aires, una foto que mi madre quemó.
Sesenta años después yo evoco a ese abuelo que ahora tiene una partida de defunción, que nació un 5 de noviembre de 1868, hijo de Emilio Azcárate y Emilia Sánchez, que murió en 1940 de insuficiencia de miocardio.

Mis tíos, mis primos, mi caudalosa familia paterna. Una Asturias educada en los lineamientos de Instituto Libre de Enseñanza, una Asturias librepensadora, atea y republicana que explica a mi padre que llegó con su carta de emigrante y con un título de técnico en agricultura, con unas enseñanzas para ser un emigrante honrado, decente y trabajador.

Entonces al releer los sucesivos documentos que me envió Víctor yo comprendí ese mundo de mi padre que quedó congelado en Buenos Aires. Eso que mi padre no llegó a contarme y que ahora un joven de la tribu viene a descifrar para armar ese puzzle maravilloso que es la historia de España, de nosotros los latinoamericanos y de esa herencia magnífica que nos legaron los españoles del siglo XIX y XX.

Hace unas semanas me di cuenta que por primera vez se acercaba la fecha de la muerte de mi padre y no estaba apenada, ni con el estómago apretado ni con ganas de llorar.

Intuí que esto había empezado cuando vi aquel encabezamiento diciendo de quién era hija, cuando mandé el poder para que Mauro y Juan reclamaran la herencia de los abuelos, cuando el año pasado fui al médico alternativo que me enseñó a indagar en el árbol genealógico, cuando viajé en 2011 por primera vez en treinta años a Buenos Aires a poner en su lugar a mis padres y a mí misma, y me di cuenta cuando hice este ejercicio para mí, el de reproducir el texto de la terapeuta familiar y el de poner en cada uno de los párrafos lo que había sido nuestra vida, sumado a la historia de esa familia que se había quedado al otro lado del mar, comprendí que la revisión de nuestras vidas a la luz de ese poder sanador que tiene la búsqueda de las raíces me había curado a mí y a los míos, a los vivos y a los muertos.

Hoy siento que mis muertos, tanto los del lado de mi madre, como los de mi padre, están en su lugar, en su destino, honrados pero en sus vidas y que yo pude crecer en su memoria, llevar de la mano a mis hijos y curarnos de muchas heridas y cargas que no eran nuestras pero que no lo sabíamos.

Mi padre sufrió un infarto en junio de 1967 y murió el 27 de septiembre. Volví a sentir ese miedo y ese estupor el 7 de octubre de 1991 cuando de golpe mis hijos y yo nos quedamos solos y abandonados en Santo Domingo.

Y… ¡qué cosa maravillosa que es la vida!, hoy siento que esa era la muerte de mi padre y su destino, y que eso que nos pasó en 1991 era otro tipo de abandono o de muerte y que esa era la vida que teníamos que vivir nosotros y que haber vivido aquello que nos causó tanto dolor e indefensión había servido para cambiar, para sostener la alegría como principio de vida, para comprobar que es muy bueno haber heredado ese ADN de los Azcárate exiliados, solos, abandonados, sin protección de ninguna índole pero al mismo tiempo decentes, honrados y trabajadores.

El 27 de septiembre (2012) Juanito me llamó para decirme que había sido aprobada su maestría, el trabajo monográfico con el que cerraba su especialización de cuatro años en veterinaria, que se sentía feliz, que todo era un logro, que además lo habían premiado y le habían permitido operar en el departamento de cirugía animal de la Universidad Nacional de Buenos Aires, que estaba muy agradecido a su abuelo Julio porque su herencia le había permitido esa maestría.

Y yo no lloré por mi papá muerto, ni lamenté nada del pasado si no que copié esa frase bella que el Mauro fotografió de una ventana de Buenos Aires, y que dice así:
“Defender la alegría como una trinchera, defenderla de la rutina y del escándalo de las ausencias transitorias y definitivas. Defender la alegría como un principio, de las dulces infamias y graves diagnósticos. Defender la alegría, como un destino, como una certeza, defender la alegría, como un derecho.”
Mario Benedetti
Santo Domingo, 27 de diciembre 2019.

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