Defensa de la ecología, entre realidad y promoción

Defensa de la ecología, entre realidad y promoción

En momentos en que no todas las manifestaciones en defensa de la ecología y el medio ambiente son auténticas en el país, en ocasiones por ser tan solo producto de una especie de moda, cada día es necesario crear conciencia y fomentar el conocimiento necesario para identificar las iniciativas realmente provechosas y distinguirlas de aquellas que no sobrepasan la esfera publicitaria o promocional.
Aunque es válido divulgar planes dirigidos a un tema de tanta trascendencia para la defensa de la vida y del planeta—sobre todo si se proyectan en consonancia con lo que de verdad se hace— la credibilidad no puede ser desviada por mero esnobismo, o sea la práctica de imitar con afectación las maneras y opiniones de aquellos a quienes se considera exitosos o sobresalientes en un determinado ámbito del quehacer humano.
A través de décadas hay instituciones como el Banco Popular que se han hecho merecedoras de un justo reconocimiento por el apoyo sostenido a programas de gran impacto en favor del medio ambiente y la naturaleza como el Plan Sierra y más recientemente con Eco, que promueve una invaluable y provechosa cultura de cuidar el planeta de la degradación y explotación irracional de sus recursos naturales.
También la Cervecería Nacional Dominicana impulsa una loable campaña para advertir sobre los daños que causan al medio ambiente el mal manejo de elementos no biodegradables como desechos plásticos, iniciativa a la que también participan fundaciones y entidades preocupadas por la contaminación ambiental.
Sin mayor promoción, pero con un alcance real en pro de la naturaleza en sentido integral, hay muchos lugares en la geografía nacional que se ofrecen a los visitantes nativos y extranjeros como oportunidades únicas para el descanso y disfrute en familia, pero no todos logran reunir las condiciones topográficas y ambientales para un auténtico contacto con una naturaleza que se mantenga lozana y virgen sin el trastorno que en ocasiones provoca la intervención de la mano del hombre.
En medio de una espesa jungla cubierta por una vegetación vigorosa y frondosa que se ha logrado conservar y mantener virtualmente intacta, la Casa de Tarzán, en la ribera de Riosito, afluente del río Bahoruco, en La Ciénega de la región Sur, es un verdadero refugio para aquellos que buscan desconectarse del tráfago cotidiano en medio de un ambiente salvaje y a la vez paradisíaco.
El logro de esa apasionante experiencia de aventura y felicidad se logra de forma plena en una casa enclavada en una especie de selva. Los que visitan esta casa nativa —que apenas se divisa en la entrada por los árboles que la cubren— no tienen que tener las grandes habilidades físicas que poseía Tarzán, ni saltar de una rama a otra ni tampoco enfrentar animales salvajes, porque en su entorno solo hay un pequeño y amigable can, además de algunos inofensivos gatos domésticos.
Los innumerables testimonios de satisfacción y disfrute inigualable que recibe, alegran y llenan de felicidad al creador en 1978 de la Casa de Tarzán, el arquitecto, fotógrafo artístico e investigador Polibio Díaz, que la construyó con el objetivo original de compartir con familiares y amigos.
La sensibilidad como artista que ha obtenido múltiples reconocimientos en el país y eventos internacionales por su especial creatividad, lo llevaron a concebirla con un profundo e invariable respeto por el medio ambiente y la naturaleza virgen, en perfecta armonía con el ecosistema para que en nada lo perturbara o disminuyera y estos requerimientos son innegociables con los visitantes. Ese profundo respeto por la vida y la ecología tenemos que promoverlo desde la educación inicial hasta las universidades y en todas las instituciones que aspiran a que las nuevas generaciones sean compromisarias de la defensa de las cuencas hidrográficas, los bosques, los mares y todas los potenciales naturales amenazados por la explotación inmisericorde.

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