Defensa de la pequeña burguesía

Defensa de la pequeña burguesía

La pequeña burguesía siempre ha tenido mala fama. Todo comenzó con el Manifiesto Comunista en el que Marx y Engels usaron el término, más allá de su rol de instrumento de análisis social, con connotaciones claramente peyorativas.

Según los fundadores del marxismo, los pequeños burgueses son una nueva clase, situada entre el proletariado y la burguesía, que desaparecerá “por completo como fracción independiente de la sociedad moderna y serán reemplazados en el comercio, en la manufactura y en la agricultura por capataces y empleados”. La pequeña burguesía, siempre temerosa de un indetenible proceso de proletarización, es una clase al borde de un ataque de nervios pues sabe que, en la indetenible marcha del capitalismo, lo suyo es la crónica de una desaparición anunciada.

No obstante su oportunismo, nacido de su miedo estructural al empobrecimiento, la pequeña burguesía era útil a los ojos del marxismo para luchar contra la burguesía dominante, siempre y cuando se tomaran las debidas previsiones frente a un aliado que no era verdaderamente revolucionario. En la representación marxista del pequeño burgués, éste, como afirmaba Kautsky, siempre es un “hombre de dos partidos”, el de la clase obrera y el de los enemigos de la revolución, aunque algunos pequeños burgueses “pueden llegar a ser excelentes socialistas”.

La izquierda dominicana, en mayor o menor grado, ha alimentado su discurso en torno a la pequeña burguesía con esa letanía marxista, conforme el recetario de Bosch en su “Composición social dominicana”, a veces con toques de Gramsci, con prácticamente nada del impopular Jimenes Grullón, ligeramente aderezado con especias de Laclau y con muy pocos condimentos provenientes de Zizek. Ese discurso, a fin de cuentas, resulta ser el pesimismo elitista de López, Lugo y Peña Batlle, con ropaje marxista. Si las masas populares, en nuestra tradición pesimista conservadora, eran haraganas, brutas e ilusas, ahora, para la intelectualidad de izquierdas, la pequeña burguesía resulta ser trepadora, intelectualoide y oportunista, a menos que sus miembros diesen un salto dialéctico y, con la debida conciencia de clase, pasaran a militar en el campo de la revolución.

El cuadro que pintamos responde a un modelo, con todas las imprecisiones, falta de matices y lagunas propias de los tipos ideales abstractos, como nos advirtió Max Weber, y sería una injusticia reducir los valiosísimos aportes de un Diógenes Céspedes o de un Andrés L. Mateo al mismo. Pero, a pesar de ello, nos sirve como hipótesis de conversación para resaltar la paradoja de una literatura sobre la pequeña burguesía que postula una visión negativa de esta clase y, sin embargo, tiene como sujeto receptor de la misma al público inculpado por ésta. ¿Por qué no ha surgido un discurso que resalte las virtudes de una clase social que ha sido motor de los grandes cambios políticos y sociales del país? ¿Cómo si gran parte de las víctimas de las dictaduras y de los actores de la transición del autoritarismo a la democracia han sido pequeño burgueses nadie reivindica el rol de profesionales y pequeños empresarios en las grandes gestas de nuestra historia reciente? 

La respuesta se encuentra en el carácter hegemónico del discurso marxista sobre la pequeña burguesía. Ese discurso, en oposición a lo postulado por importantes corrientes marxistas latinoamericanas, siempre atacó de frente a esta clase y sólo planteó una alianza con ella sobre la base de que uniera su destino, sin cuestionamientos ni reservas, al proletariado. Nunca ha pasado por la mente de nuestra izquierda, ni siquiera desaparecida la Unión Soviética, aprovechar el potencial moral de las clases medias y su capacidad de asumir causas universales. Se olvida así que esta vilipendiada clase ha sido capaz de rechazar el autoritarismo de derecha y de izquierda, utilizar las elecciones como el instrumento idóneo para transitar a la democracia, fundar una nueva sociedad civil, asumir las nuevas causas y movimientos sociales (mujeres, niños, discapacitados y ecología), sustentar –desde 1994- un profundo proceso de reformas políticas y económicas y sostener una indomable y vigorosa opinión pública, verdadero contrapeso y freno del poder. Lamentablemente, aquí y en gran parte del mundo todavía esperamos el Marx de unas clases medias que han sido, son y serán verdadero motor de los cambios sociales.

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