La libertad de prensa es fue la causa de grandes y permanentes luchas de los dominicanos durante el siglo pasado. Costó mucho quitarnos el miedo a la censura, el temor a la mentira oficialista y a la propaganda ideologizada. Importantes figuras del periodismo nacional dieron sus vidas por la libertad de expresión. Sus nombres todavía remueven lágrimas. Sus sacrificios aún dan ganas de salir a pelear.
Sin embargo, la amenaza actual a prensa viene por otros lados. La que está amenazada no es la libertad, sino la verdad.
Tras décadas de lucha se llegó al menos a la libertad de expresión, y aunque ya no existiría jamás una verdad común para todo, sí había al menos el derecho a elegir a quien creerle, tener nuestros informantes y comunicadores favoritos, cuyas opiniones habíamos aceptado como de un valor de honradez y respetabilidad.
Pero la amenaza actual es prácticamente a todo, es decir, a la esencia y substancia misma de la comunicación.
Ya desde antes de la pandemia veníamos presenciando a la amenaza a la verdad pública de origen estatal o gubernamental. Pero se producían consensos parciales, de, por ejemplo, qué creer, o al menos qué aceptar como verdad común u oficial, aunque cada grupo de interés tenía y manejaba su propia y más intima y confidencial versión. Así, ha habido “verdades públicas” que la gente acepta como referencias válidas, digamos que de bastante calidad científica, o sea, de acuerdo a las normas de investigación y difusión comúnmente aceptadas, razonablemente creíbles, con las cuales la gente se manejaba.
El dislocamiento informativo que ha producido, primero la pandemia, y luego, la crisis económica mundial y local, ha tenido en nuestro país el agravante de que un estado de emergencia ha dejado demasiado en mano del sector oficial, no obstante estar en pleno medio de una campaña electoral, habitualmente ríspida y con muchas mañoserías informativas e informáticas. (Incluida la pseudo guerra de las encuestas).
Pero, a nivel mundial, hay aún algo peor: Primero la falta de manejo cierto de las autoridades en cuanto al fenómeno del covid-19, y los intereses políticos que rápidamente se apoderaron de la comunicación en general; luego falló o fue puesta en duda la idoneidad y la credibilidad de organismos internacionales, gobiernos amigos y no tan amigos; lo que a su vez provocó que todo el mundo se lanzara a producir sus verdades. Al punto, que los wasaps y lo videos de youtube fueron de inmediato ocupando el interés y el seguimiento de los públicos incrédulos y ahora dispersados.
De manera que ahora tenemos un caos informacional, y los diarios solo son vagas referencias ante un estado de opinión caotizado. Al tiempo que una serie de profetas religioso o “protocientíficos”, aceleran la llegada del Apocalipsis, o de visitantes e invasores del espacio ulterior.
Esta dispersión y desorientación de las verdades y criterios comunes, basados en la cultura, la tradición y las experiencias del cada día durante años; es mucho más peligrosa que la pandemia misma. De esto, los dueños y editores de los principales diarios nacionales, deben estar muy avisados. Y, sobre la vieja consigna de que lo escrito es en sí mismo un hecho, defender sus roles de establecedores de los supuestos y verdades comunes, sin los que no es posible siquiera dar un paso hacia la calle, cuando se pueda ya salir de casa.