Deja dicho

Deja dicho

Ahora protestan cuando es tarde para enderezar los entuertos dentro de un ambiente civilizado, mediante el uso de la inteligencia contra la fuerza, aunque esa fuerza esté representada por un sistema político con disfraz de democrático y con actuaciones dictatoriales.

Ahora que las pelotas les pican cerca algunos actores de la vida nacional se dan cuenta de que forman parte del juego, aunque sean pasivos.

No les permiten pichar, no les permiten batear, no les permiten correr, no les permiten fildear. Sólo se les reconoce, si es que se les reconoce, el derecho a ser comparsa y ni siquiera una comparsa de carnaval, multicolor, alegre, bulliciosa, bailadora, realizando cabriolas en un desfile que cada vez se aleja de la tradición y se convierte en un pasar de firmas comerciales con poca imaginación y ningún talento artístico para la realización de vestuarios, coreografías, música, bailes y disciplina.

Ahora es cuando les duele, porque aunque se dieron cuenta hace mucho de la vagabundería no les había tocado. ¿Y por qué se puede asegurar que se dieron cuenta hace mucho? Porque habían estado al acecho, a la espera de una pifia mayor, que les permitiera ver el blanco del ojo de la maldad, del desequilibrio, de la irracionalidad convertida en autoridad, de la exclusión como norma de gobierno.

Hay quienes aún no quieren ver la verdad que está ante sus ojos: el poder absoluto corrompió absolutamente a gente que muchos no sospechaban que caerían tan bajo en la escala moral.

Deja dicho que, como en un coro de tragedia griega, sacerdotes, políticos, empresarios, comunicadores, profesionales, caen en cuenta del uso del poder absoluto, construido como una perversa caricatura de la palabra y de las instituciones, infeliz muestra de que “nada me importa porque tengo la sartén por el mango”.

Deja dicho que terminó la discusión que si el vaso estaba medio lleno o medio vacío, al vaso le faltaba una lágrima de impotencia y de rabia para colmar la paciencia nacional.

La intolerancia actuaba en niveles inferiores, solapada en sentencias, en decisiones con visos de verdad, de aplicación correcta y justa de las leyes, pero el hablador y el cojo no llegan lejos sin ser descubiertos.

He ahí que de pronto, la inseguridad jurídica dejó de afectar, nada más, a los inversionistas extranjeros y comenzó a perjudicar a todos, por igual. No había discriminación, se trataba de una línea política clara: el que no está conmigo está contra mí, sin que importen leyes, principios, situaciones de derecho.

Ahora, que tenemos la carga arriba y no estamos dispuesto a soportarla ¿Qué hacer?

Luchar contra la camisa de fuerza dentro de la cual mantiene el PLD a la sociedad dominicana de hoy. Luchar, por cualquier vía, para reencauzar el país.

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