Los dominicanos hemos caído en un estado psíquico-emocional que se refleja en el fatalismo que profesamos; creemos que no hay solución a los problemas que estamos viviendo, hemos interiorizado la corrupción como si fuera parte de los genes de los dominicanos y del engranaje social en el Estado. Escuchamos frases como: esta situación no la cambia nadie; ni Trujillo cambia esto; esto es profético; ningún partido podrá cambiar la realidad dominicana. En fin, según esos sentimientos fatalistas nuestra situación es irreparable.
Existen extremos, como aquellos individuos que se dejan llevar por las utopías, esas personas esperan y promueven un sistema donde se idealiza una sociedad perfecta y justa. Claro, las utopías son necesarias en sociedades como la nuestra, porque nos ayudan a establecer metas que parecen inalcanzables; los países que han gozado de bienestar social se debe a personas que han decidido vivir pensando por encima de la realidad, ellos no han vivido de forma pasiva y conformista. Es mejor pensar que hay más opciones, que hay más líderes para dirigir a este país, pero debemos descubrirlos y si es posible construirlos.
La pasividad y el conformismo está ligado a los temores que produce la corrupción y la injusticia extrema, generando así un miedo real y fantasmal. Esto nos genera incertidumbre, nos inhibe, nos paraliza, nos petrifica, hasta el punto de dejar las arterias de la sociedad bloqueadas, produciendo un infarto social que solo debilita la esencia de la democracia y la riqueza de la libertad integral. Esos temores nos dejan sin nada y sin recursos, nos quedamos sin aire y aun sin los medios para cubrir nuestras necesidades básicas.
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En uno de los artículos que hemos escrito mencionamos que el cambio que se produce de forma drástica cada cuatro años en las autoridades gubernamentales y en todos los empleados públicos no representa la doctrina de la democracia, no encarna la libertad y la equidad. Nadie puede sentirse libre cuando no existe equidad, seguridad, cuando los dominicanos pierden el empleo y los ingresos cada cuatro años, dejando a miles de familias en un vacío que succiona la mediocre seguridad que brinda el Estado dominicano. No entiendo que está en la mente del pueblo dominicano, no me explico porque seguimos de manera ciega y engañándonos detrás de los líderes que nos han prometido terminar con problemas básicos y no lo han logrado, no porque no poseen la autoridad referida; más bien, porque no poseen el carácter y el coraje que se requiere para trastornar una sociedad minusválida en materia de potestad ciudadana.
Ahora estamos asustados, nos sentimos que no podemos caminar libremente en nuestras calles, nuestras casas parecen fortalezas con más seguridad que aquella cárcel de alcatraz, nos sentimos impotentes, el miedo nos ha imposibilitado; sin embargo, aun existe una salida que está en nuestras manos. Hagamos un ejercicio social: ¿Qué motivó la marcha verde? ¿Acaso no fue la corrupción? ¿Sería posible articular otro movimiento de esa naturaleza o sencillamente retomar la causa de la marcha verde? Nuestro país no será transformado con escuelitas de valores, creo en los valores y los promuevo; pero debemos crear un gobierno serio, auténtico, real, duro y democrático que genere una zapata confiable y resistente; luego podemos hablar de valores. Es tan así que, los domingos las iglesias están repletas de personas que profesan esos valores, YO MISMO SOY UNO DE ELLOS, pero muy pocos quieren involucrarse en una transformación integral, preferimos salir del país para disfrutar de las “bendiciones de Dios en otros países”; otros, usan la religión en forma de escape para obviar el papel profético que Dios ha depositado en cada dominicano; olvidando así, nuestra identidad y nuestro compromiso con nuestro pueblo y con los sufridos.
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Queremos proponer que:
1. Dejemos el miedo; tomemos la valentía de decirle no a la corrupción y rechazar a los corruptos.
2. Que articulemos el poder que poseemos como ciudadanos para reducir la corrupción, creando una fuerza mayor que no sea un partido político, sirviendo como referente y como una fuerza ciudadana.
3. Promover el meticuloso estudio de la constitución del 1963 con el fin de implementar esos valores y artículos que fomentan la dignidad del ser humano y la democracia.