Dejando atrás al creole

Dejando atrás al creole

Horacio

Bandera haitiana bandera dominicana

¿Se haitianiza el país o más bien estamos dominicanizando a muchos haitianos? Pocos de nosotros los nativos de este valle de lágrimas a modo de isla partida en dos sabríamos cómo llamar los picos, las palas, las azadas y las cubetas para mezclas y recolección de café con otros nombres que no sean los del habla castellana.

Ellos saben perfectamente las dos formas de hacerlo.

Por un asunto de jerarquías en las áreas de ingeniería de donde provienen los jefes supremos de las obras, y por sentido práctico para el trabajo en equipo, se puede jurar que la mano de obra importada logra impregnarse de español hasta la saciedad en los oficios que desempeñan o en vez de airosas y elevadas construcciones la ciudad estaría plagada de torres de Babel truncadas por desavenencias idiomáticas.

Muy poco existe la transferencia cultural en ambas direcciones con motivo de esta conjunción forzosa de nacionalidades con genocidios en sus averages, ¡que esos sí que ocurrieron de parte y parte! En el coloquio de los nacionales, montaña, burro y cerveza siguen siendo de denominación castiza. Pocos saben de este lado la forma de decirlo en creole. A nosotros nos gusta la brujería pero nos ceñimos a la que trajeron unos afroamericanos a Samaná siglos atrás.

El sincretismo con desparrame desangre de gallina, nutridas ingestas de ron y pañoletas coloradas en las frentes se practica exclusivamente en guetos del Sur, lo más cerca posible de Anse-à-Pitre, junto a Pedernales, por si hay que salir huyendo a causa de la xenonofobia. A esos sitios no tienen entrada los dominicanos.

Aunque nuestros vecinos del oeste creen en la virgen de Altagracia y hacen romerías hasta Higüey, cuando suben a besar su imagen se abstienen de rezar el Ave María con palabras incomprensibles para una santa tan nuestra, patrona del pueblo dominicano, de la que tempranamente se enemistaron las hordas de más allá de la frontera que venían a pasar por cuchillo a pobladores de aquí sin hacer excepción de los altagracianos.

¿Quién concibe a la madre de Dios que se viste con la enseña tricolor abierta a súplicas ajenas a la dominicanidad? Hasta prueba en contrario, lo lógico sería que les niegue sus milagros a forasteros que desciendan de Boyer y de otros propiciadores de degüellos de su misma estirpe.

Ningún haitiano portaría celular si le falta el don de la palabra para contratarlos en un país que no es el suyo (por ahora) y en el que ninguna agencia de expedición de tal adminículo está a cargo de personal bilingüe. Son de los mejores clientes de las telefónicas locales y está visto que no apelan al lenguaje de señas para su ingreso sin arrugas a la cibernética.

Si los exiliados económicos que llegan en éxodos no comprendieran a la perfección las instrucciones superiores para labores en campos y ciudades ni estuvieran profundamente familiarizados con las formas de producir que los nativos rehúyen como el Diablo a la cruz para coger la yola o comprar pasaportes e irse a repoblar el resto del mundo, los confines de la patria de Duarte carecerían de paredes y techos.

El arroz, las papas y buena parte de las habichuelas tendrían que ser traídas en mayores cantidades. Todas esas cosas que han pasado a ser posible si los haitianos bajan el lomo para luego en diciembre ir de vacaciones a sus lares a reírse de nosotros y decirles a sus vecinos de allá que el «dominiquen no sirve pa’na» solo por lo mucho que de ellos dependemos para tener la economía en movimiento.

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