Dejaron plantel a medias en 2001

Dejaron plantel a medias en 2001

POR MARIEN A. CAPITAN
Acudir cada día a la escuela es un sacrificio y un acto de fe para los 260 estudiantes de la Escuela Básica de Villa Pompa, Sabana Perdida, quienes se sofocan pacientemente bajo las cuatro ardientes aulas en las que reciben docencia.

En un espacio pequeño, hacinados y con una escasa ventilación, los estudiantes y maestros tan sólo se resignan al pensar que cerca de allí está su verdadero plantel: un edificio de dos plantas, con dos bloques adicionales de aulas, que fue dejado a medio construir en el año 2001.

Lo peor de todo esto, tal como explica la directora del centro, Juana Ortega, es que los RD$1,500 que cobran por el alquiler de la casa en la que están trabajando lo pagan los mismos padres.

Por ello, sostiene, en algunas oportunidades enfrentan problemas para pagar: la mayoría de los moradores de esta popular zona vive del chiripeo o del subempleo, por lo que se les dificulta contribuir con el pago del plantel. “A veces los niños llegan a su casa a las doce y no tienen ni siquiera esta”, dice Ortega mientras gesticula dando a entender que no tienen qué llevarse a la boca para comer.

Por no tener, ante el calor y lo juntos que deben estar, muchos de estos menores ni siquiera aguantan hasta a la hora de salida. El ejemplo es el de Karina González, una pequeña de cinco años que está en pre-primario y ayer rogaba por que la dejaran irse para su casa.

Eran las once y media de la mañana. La niña tenía su mochila colocada y tiraba a la profesora del pantalón. Se quejaba, bajito y quedo, por lo que era difícil entender qué quería. Al acercarse a ella, y preguntarle qué le pasaba, respondió con un simple “agua, tengo sed”.

Pensar en que haya un vaso de agua en cualquier escuela es casi una misión imposible. Y en esta, donde el calor es tan fuerte que las maestras andan con una toalla o un cartón en las manos –echarse fresco y secarse son uno-, eso hace las cosas más difíciles aún: los niños se deshidratan, por lo que muchas veces hay que dejar que se marchen antes de que termine la jornada. De no hacerlo, se pondrán mal, tal como sucedió con dos pequeños el día de ayer.

“Así no se rinde. Hay mucho calor y demasiado hacinamiento. Los niños no aguantan esto. Y cuando llueve todos los cursos se mojan”, comenta Ortega mientras se seca el sudor.

Al escucharla, la profesora de idiomas, Deyanira Peña, sonríe y agrega: “sí, aunque nos mojamos todos así es mejor porque nos refrescamos, no hace tanto calor y no nos ahogamos”, indicó Peña señalando que a pesar de la lluvia no dejan de trabajar.

Otro ingrediente que hace de la tarea de enseñar o aprender algo complicado es que no cuentan con instalaciones sanitarias: sólo cuentan con un inodoro que está en una caseta abierta a quien la quiera mirar.

La luz eléctrica, para variar, tampoco existe. Esto hace que haya una de las aulas, ubicada en un destartalado anexo que está situado fuera de la casa, haya que hacer magia para copiar algo de la pizarra. En las otras, aunque no esté del todo claro, se lee mejor.

Por otro lado, es importante señalar que los alumnos de esta escuela se dividen en dos tandas y van desde el inicial hasta el séptimo curso. En la primera tanda están matriculados 111 niños, mientras que en la tarde van 149.

Estos 260 niños, sin embargo, no son los que se inscribirían en la escuela que está a medio levantar: aquí no han aceptado a más menores porque no cabrían en el espacio en el que están ahora. ¿Qué han hecho los demás? Trasladarse a escuelas en las que tienen que pagar uno o dos pasajes o, en caso de que sus padres no puedan darles lo del transporte, quedarse en casa y no estudiar.

Por más duro que suene, en esta área no queda otra opción: este pequeño rincón es el único en el que se puede estudiar sin necesidad de recorrer grandes distancias.

Es por eso que los habitantes de Villa Pompa sueñan por cambiar la aciaga y abandonada construcción de su plantel por una resplandeciente escuela. Aquella que, vestida de esperanza, le dé una nueva esperanza a los niños del barrio y deje de ser lo que paradójicamente está siendo hasta ahora: el centro de operaciones de la delincuencia local.

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