Dejen descansar en paz a Bosch y a Peña Gómez

Dejen descansar en paz a Bosch y a Peña Gómez

Tanto el profesor Juan  Bosch como el doctor José Francisco Peña Gómez conocían las debilidades, condicionantes y ambiciones de la política y los políticos, particularmente en un ámbito tan atrasado institucionalmente como el dominicano, y donde la corrupción, la violencia, el arrebato y el fraude son parte de una cultura que se nos impuso desde  los orígenes más remotos de la nación.

 Maestro y discípulo fueron separados por divergencias más tácticas que estratégicas, magnificadas por las ambiciones de quienes le rodeaban. Bosch intransigente frente a los poderes fácticos y las debilidades y ambiciones de los seres humanos, se empeñó en constituir un partido realmente nuevo que pudiera encarnar las grandes transformaciones nacionales que soñaba. Desdeñó el poder por el poder mismo, hasta el grado que sus propios discípulos llegaron a murmurar que a él no le interesaba gobernar.

Peña Gómez, más flexible y coyunturalista creyó que llegando al poder podría realizar transformaciones fundamentales para cambiar la cultura política y la exclusión económico social. Su desprendimiento y pragmatismo determinaron que subordinara sus propias aspiraciones presidenciales para promover a Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco y a Jacobo Majluta hasta ser víctima de las ambiciones de éstos y de quienes se asociaron a sus proyectos de poder. Cuando vino a ser candidato presidencial comprobó lo pesado que era el muro de discriminación y odio que le cercó desde su nacimiento.

Juan Bosch y Francisco Peña Gómez, los dos políticos de más trascendencia internacional en la historia dominicana y los de mayores formulaciones ideológico-políticas, no pudieron alcanzar el poder para poner a prueba sus proyectos. El primero sería presidente tan sólo por siete meses, en circunstancias que le impidieron siquiera apropiarse de los mecanismos elementales del poder estatal.

El maestro vivió más de nueve décadas y se fue apagando lentamente, tanto como para no darse cuenta de que la mayoría de sus alumnos acariciaban su declive para abrirse paso al disfrute del poder del que él abominaba. Así, agotado, fue llevado a la abominable escena de levantar los brazos junto a Balaguer, Pérez y Pérez y hasta calieses manchados con la sangre de las hermanas Mirabal.

Peña murió consciente de que tributaba su existencia de sólo seis décadas en aras de la ambición de los suyos. Cuando le cuestionamos que estuviera agotando hasta su último aliento en una campaña para síndico, en su última entrevista para la televisión dos semanas antes de su  muerte, nos respondió imperturbable: a mi las campañas me dan vida, lo que me la quita es la ambición de la gente.

El caso de Peña Gómez fue más dramático que el de Bosch porque él fue víctima de la discriminación racial y el prejuicio anti haitiano que constriñe el alma de una apreciable proporción de los dominicanos. Fue discriminado hasta por muchos de sus propios compañeros de partido que lo aceptaban como líder para sobre sus hombros alcanzar poder y enriquecerse. Pero estimulaban la idea de que “el negro no podía ser presidente”. Sólo por eso en 1985 la mayoría de los perredeístas prefirieron a Jacobo Majluta de candidato presidencial, desdeñando al líder. Muchos no recuerdan que para las elecciones de 1982, con su PRD en el poder, Peña Gómez se escondió denunciando una conspiración en su contra que involucraba a jefes militares.

Tanto Bosch como Peña son parte del patrimonio histórico y de las reivindicaciones espirituales nacionales. Merecen descansar en paz, por lo que quienes les utilizaron e inutilizaron políticamente deben abandonar el uso de su nombre y de sus memorias.

Es suficiente con que abominen de la Constitución de 1963 y de toda la sangre derramada por su defensa y que los seguidores de los dos líderes se pongan de acuerdo para imponer la Constitución más retrograda de la historia nacional. Es ya demasiado que incluso se asocien a quienes cuestionaron la nacionalidad de Peña Gómez por ser descendiente de un haitiano para negarla constitucionalmente a quienes como él nacieron y se acogieron a la dominicanidad del jus solis, por encima de la legalidad inmigratoria. 

¡Proclamen su Constitución negadora de derechos y complaciente de los poderes fácticos. Pero dejen descansar en paz a Juan Bosch y a José Francisco Peña Gómez!

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