Dejen en libertad la bandera

Dejen en libertad la bandera

ROSARIO ESPINAL
Hace unos meses, el ataúd de un supuesto o real delincuente de un barrio popular de Santo Domingo fue cubierto con la bandera nacional. El hecho incomodó a muchos y fue tema de debate en los medios de comunicación. Hace unos días, el Presidente Leonel Fernández sometió al Congreso un proyecto de ley que regula el uso de la bandera y castiga su ultraje e irrespeto. Se prohíbe, entre otras cosas, que la bandera se utilice en promoción o propaganda electoral, política, cultural, deportiva o comercial, así como para cubrir ataúdes de personas fallecidas que no reúnan condiciones de proceridad. Se penaliza la violación a la ley con prisión y multas.

¿Procede o no esta legislación?

Para asegurar el sello patriótico, la respuesta obvia sería decir que el proyecto de ley es adecuado, que en el país se ha perdido el respeto a los símbolos patrios y hay que rescatarlos.

Pero el asunto requiere de otras consideraciones también importantes.

La bandera es un símbolo patrio que puede dibujarse en lienzo, papel, madera, plástico, cemento, metal, en la piel y hasta en el aire en estos tiempos. Expresa el sentido de pertenencia a un terruño, una idea de nación, una ilusión de futuro. Produce una sensación de colectividad y nostalgia que la hace fuerte y débil a la vez.

Como símbolo patrio-político, el uso de la bandera en una democracia debe protegerse bajo los derechos a la libertad de expresión.

La bandera es propiedad de toda la ciudadanía; no tiene un dueño ni amo. Es un derecho ciudadano usarla, rendirle culto y hasta irrespetarla. Por esta razón, su utilización no debe restringirse mediante una ley específica.

La bandera puede ondear en toda la geografía nacional, exhibirse en casas, escuelas, autos, estadios, oficinas gubernamentales, museos, ataúdes, actividades deportivas, y hasta en manifestaciones públicas donde se protesta, se conmemora o se festeja. También puede volar a otros confines con los inmigrantes, los deportistas o representantes diplomáticos.

Prohibir su uso en determinados lugares y situaciones, como lo hace el proyecto de ley sometido al Congreso, significaría restringir la libertad de expresión. Además, ¿cuán legítima sería una ley que se aplique de manera parcial, y en función del lugar, la situación o la persona que la utilice?

Por ejemplo, si el 27 de febrero un delincuente de cualquier clase social cuelga la bandera en el frente de su casa, ¿irá un policía o fiscal a quitársela? Si no, ¿cuál es la diferencia entre colgarla en el frente de la casa o cubrir el ataúd?, ¿que en la casa se enaltece el día patrio y en el ataúd al muerto? Pero, ¿puede un delincuente adquirir proceridad porque arropen su ataúd con la bandera?

Por otro lado, ¿tiene sentido prohibir el uso de la bandera en actos deportivos? ¿Será un acto criminal que los dominicanos muestren la bandera en la Serie del Caribe o en las Grandes Ligas cuando juegue un pelotero dominicano famoso? ¿Serán pedidos en extradición los fanáticos por irrespetar la bandera en el exterior? Si no, ¿tendrán los dominicanos de afuera más derechos que los de adentro para utilizar y disfrutar su bandera?

¿Y qué decir de los actos culturales? En el exterior se muestran muchas banderas. Para comprobarlo sólo hay que asistir a un desfile dedicado a celebrar la dominicanidad. Las llevan en las manos, autos, gorras y camisetas. ¿Es ese un mal uso de la bandera? ¿Hay que restringirlo porque en los desfiles se toma alcohol, se escucha merengue y bachata, y los que participan no tienen categoría de proceridad?

Piénsenlo mejor: no restrinjan por ley el uso de la bandera.

La libertad de expresión se pone a prueba cuando abusan de ella. Es natural que cuando el ataúd de un supuesto o real delincuente se cubre con la bandera haya disgusto, y es un derecho ciudadano expresar ese descontento. Pero el malestar no debe conducir a restringir y penalizar su uso.

El valor fundamental de la bandera como símbolo de una nación democrática es precisamente su libertad y sentido de colectividad, aunque eso conlleve el riesgo de que algunos la irrespeten o la ultrajen.

La mejor forma de honrar la bandera no es restringiendo su libertad mediante una ley, sino engrandeciendo la patria con honestidad, confiados en que por cada persona que ultraje la bandera habrá miles y miles de dominicanas y dominicanos que la respetarán, le rendirán el debido culto y mantendrán vivo el derecho a utilizarla en sus casas, autos, actividades culturales, políticas y deportivas.

Dejen en libertad la bandera; no la coarten. Sólo garantizando su libertad es posible aspirar a vivir en una sociedad democrática donde se debata lo debido e indebido en la amplia gama temática que afecta la convivencia humana en una nación.

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