¡Déjenme decirlo!

¡Déjenme decirlo!

[b]Señor director:[/b]

En días pasados, en una acostumbrada caminata escuché a una señora decir que en este país el que trabaja come bien. Como no era conmigo la conversación no pude responderle, aunque estuve atenta a su conversación.

Todo el día pensé sobre esto y algunas preguntas volaron por mi cabeza que quisiera que alguien me respondiera.

¿Puede comer un /a empleado/a que apenas gana el sueldo mínimo y tiene que pagar una casita, el colegio, pasaje y sostener su familia?

¿Vive una persona con un salario mínimo cuando tiene que dar cuatro pesos por un pan, un huevo, 17 por una libra de arroz y 30 por una de habichuelas?

¿Vive una persona con un salario mínimo cuando tiene que darle a su hijo/a 10 ó 15 pesos para que se lo lleve a la escuela para una humilde merienda?

¿Vive una persona bien con un sueldo mínimo cuando tiene que comprar medicinas por las nubes y pagar seguro médico costosísimos?

¿Vive una persona bien con sueldo mínimo cuando tiene que pagar la matrícula de estudio en cualquier centro de estudios superiores?

¿Vive una persona bien con la incertidumbre de no saber que darle de comer a sus hijos porque no tiene ni un centavo?

¿Vive una madre bien con sueldo mínimo cuando tiene que comprar leche a su hijo/a pequeña y cuyo costo sobrepasa los 500 pesos.

¿Vive una madre bien cuando su hijo/a sale a la calle a realizar cualquier actividad y no se tiene la certeza de que regresará sano y salvo?

¿Vive una persona bien cuando se acuesta sin luz y se levanta sin luz luego de pasarse una noche en velas y tener que preparase ella y sus niños con una vela o lámpara a riesgo de un incendio y perder todo lo poco o mucho que tenga?

Necesito que alguien me explique si en estas condiciones podemos decir que se vive.

Soy profesional del Derecho y me dedico a varias actividades y debo decir que de un tiempo a esta parte siento que no vivo. Las razones son obvias, mi poder adquisitivo se ha disminuido a su mínima expresión, he tenido que someter a mis hijos a las máximas limitaciones.

La recreación que tiene un gran valor para el sano desarrollo de la familia y, sobre todo para los menores, es cosa del pasado. Aunque probablemente esto sea lo único positivo dentro de toda esta crisis, pues nos ha obligado a mantenernos en nuestras casas y compartir en familia y con los vecinos, tradición que se había perdido y que hoy rescatamos debido a la carencia de recursos y más aún por la inseguridad en que nos encontramos las ciudadanas y ciudadanos de este hermoso país.

La ida a los supermercados se ha convertido en pesadilla, pues son los espacios de lamentos de los/as que acudimos allí a adquirir los alimentos básicos.

Ante tanta desesperanza e incertidumbre solo esperamos que la misericordia de Dios tenga piedad de este pueblo porque de no ser así no sabemos qué será de nuestra suerte.

Atentamente,

Gloria Henríquez Nova.

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