Del “menú degustación” al “menú demostración”

Del “menú degustación” al “menú demostración”

Madrid.  EFE. Ya hace bastante tiempo que se pusieron de moda los llamados “menús-degustación”, que permiten que el comensal pruebe de una tacada una serie de platos más variada que los que le pondrían delante en un menú clásico de primero, segundo y postre. El problema es que los “menús-degustación”, en principio una buena idea, se han convertido en lo que llamaremos “menús-demostración”… que suelen ser un horror.

Maticemos

Un menú-degustación solía componerse, en un principio, de un aperitivo, quizá dos; una entrada, a veces dos; un pescado, una carne, un postre refrescante y otro dulce. Todo, naturalmente, en teóricas medias raciones. Asumible y, pese a lo que mucha gente proclamaba, perfectamente suficiente. Cuatro o cinco platos, hasta seis, eran una cosa que se podía comer, y daba una visión bastante amplia de lo que hacía esa cocina.

Pero todo degenera, y hoy lo que se nos ofrece en casa de los cocineros que andan cada día en los medios son menús-demostración. Consisten en una serie casi infinita de tapitas, es decir, de porciones mínimas de comida. Catorce, dieciocho, veinticuatro… lo que la imaginación del “artista” exija. Uno, al final, no sabe qué ha comido, por lo que lo normal es que le den a uno el menú impreso, que consulta a veces estupefacto, porque hay cosas en el papel que no le suenan de nada.

Tiene sus ventajas, claro. La principal, que muchas de esas tapitas son auténticas barbaridades gastronómicas de las que, por fortuna, sólo se sirve un bocadito, porque dos serían intragables. Tendrá,  seguro, otras ventajas, pero yo soy incapaz de vérselas. Una cosa es ir de tapas a la española, cambiando de tasca cada vez, y otra pagar por una sucesión de minitapas el precio de un menú de tres estrellas.

Debo de ser ya un antiguo, pero a mí me parece que en un restaurante el que manda es el que paga. El cliente y, por extensión, sus invitados. Los comensales, vamos. Y a un restaurante se va a pasarlo bien, a disfrutar. Para ello, la primera condición es comer lo que a cada cual le guste, no lo que imponga el chef. Ahora va habiendo, también, cada vez más cocineros que sólo ofrecen un menú. O sea, que usted va a comer lo que a mí me da la gana, y si no le gusta es su problema.

Problema grave, porque también está de moda que esos cocineros no le digan a uno previamente, si no lo pregunta, de qué se compone ese menú, con lo que puede darse el caso de que de seis platos haya cinco que lleven cosas que al comensal no le gustan nada o le sientan como una patada.   El problema está ahí: que muchos de los cocineros endiosados se han olvidado de que todo se lo deben, además de al banco que les ha prestado el dinero.

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