Del aserrín psíquico

Del aserrín psíquico

Se puede morir de pena, como se decía en la antigüedad. Y ese decir no es sólo una expresión idiomática. Es una terrible realidad psicológica. Lo sé muy bien; y afirmo sin exageración ni patetismo que cualquier hombre físicamente fuerte, y mentalmente saludable, puede morir de pena. Todo depende de la cantidad de dolor que pueda alojar en sus arterias. Hay formatos psíquicos que vienen con el nacimiento. Juan de la Cosa debió ser un filósofo rural empantanado en una ontología de potrero; Juan de la Cueva, en cambio, debió ser un arquitecto primitivo empeñado en que el paisaje no formara parte de la vivienda.

Si fuera dable escoger el apellido me llamaría Orbegozo. No sería Juan de la Cosa, perdido en la ontología; ni Juan de la Cueva, arquitecto elemental; sería Federico Orbegozo, abierto al mundo, a todos los olores y sabores. Una definición estrecha, y negativamente formulada, podría ser: capacidad de disfrutar sin filosofía hedonista y sin evadir las cargas con que la vida siempre nos lastra. Hago estas reflexiones porque hace poco más de un año me he sentido como un rinoceronte lastimado en lo íntimo; he tenido revuelto todo el aserrín psíquico. Pero salud en el malvado y riqueza en el deshonesto no obligan a la blasfemia.

Gracias a Dios, no práctico la “moral subsidiaria” que está en boga hoy y prefiero a San Pablo, extremista, como buen converso. Acepto las cosas enteras, tal como son, y discuto poco porque creo que cada quien tiene un destino a la altura de su individual persona. Con este primer teólogo cristiano simpatizo mucho; los dolores y sufrimientos nos pueden arrastrar hacia divinales consideraciones, propias de místicos y teólogos. O hacia la ciega violencia animal que genera a veces la impotencia.

El místico siempre será superior al teólogo, aunque éste sea mucho más aceptable socialmente. El teólogo escolástico es un burócrata de la divinidad que la “administra” mediante razonamientos. Dar dos o tres cucharadas de Dios, concentrar un poco el Ser Trascendente, percibir trozos de Él, es cosa que podría incluirse hasta en los estatutos de clubes de servicio. Pero una avasalladora comunión mística no puede entrar en ningún “programa de gobierno”. (Disparatario; 2002).

 

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