Del baile a la imagen y «Que no me quiten lo pintao»

Del baile a la imagen y «Que no me quiten lo pintao»

MARIANNE DE TOLENTINO
Cada exposición que organiza y presenta el Centro León, suma, en sus atractivos, interés del concepto y el tema, calidad de los artistas y las obras, preocupación por educar y entretener, brillantez de la museografía. La respuesta del público no se hace esperar: el flujo de visitantes es constante, todos los días y a todas horas.

La colectiva «Que no me quiten lo pintao. Los códigos visuales del merengue» posee además la ventaja de corresponder al género musical y ritmo que se funde con la identidad dominicana. Ha sido una magnífica iniciativa mostrar cómo el merengue, transferido a la imagen, conserva su alma, su movimiento, su autenticidad, en artistas visuales de distintas tendencias y generaciones.

Se trataba de una tarea difícil, y sino aprehensión existía una singular curiosidad, respecto al manejo de la correspondencia entre los lenguajes y expresiones, entre la tradición y la modernidad. Un resultado estupendo ha superado a las expectativas.

No solamente se evitó exaltar una corriente costumbrista según cabía esperar, sino que ha logrado ser una exposición muy actual, entretenida, completa, que culmina en los estilos contemporáneos. Podríamos decir que, iconográficamente, sucede igual que en la danza y la música: los jóvenes siguen la tradición, pero a su manera.

UNA MUSEOGRAFÍA PERFECTA

Para que una exposición despliegue todo su potencial, la museografía juega un papel fundamental. Pedro José Vega, artista y arquitecto, destaca su alta profesionalidad en las sucesivas exposiciones realizadas en el Centro León. La inmensa sala, situada al fondo del vestíbulo, permite jugar con la espacialidad, a condición de ser un gran museógrafo y diseñador. La creatividad se manifiesta aquí, como si la disposición de los elementos, paneles y piezas constituyera una gigantesca instalación, aunque la funcionalidad lógicamente se impone.

La muestra parece haberse concebido para la superficie y sus modalidades de repartición. Después de abrazar visualmente un área abierta, podemos fragmentar la percepción, fijar la mirada en una obra en particular –sucederá por ejemplo con el incomparable cuadro de Alfredo Senior–, retornar a un enfoque de conjunto. Y como siempre al filo del circuito, devolvernos y mirar de nuevo un trabajo que nos impactó.

No cabe duda de que el ordenamiento, la colocación, el montaje, intervienen en la receptividad de un espectador, fascinado desde la entrada por los afiches –¡otra instalación de techo!– promocionales de merengueros. Se empieza por levantar la cabeza, y, justo por delante, pantalla, sonido e imagen introducen a la esencia y fruicion del contenido. Suena el acordeón, canta el músico, el hechizo comenzó.

Abriendo con una estructura que parece ondular al compás de la tambora, la güira y el acordeón, hasta acompañar la partitura, Pedro José Vega domina los espacios con un tratamiento dinámico e intercomunicado. La escenografía –logicamente menos austera que en otras exposiciones– es una verdadera arquitectura interior, puesta al servicio de los objetivos plásticos , y la iluminación óptima contribuye al bienestar perceptivo del visitante, guiando también su recorrido.

Parece que cada obra se ha beneficiado de una atención singular, y si hay puntos más fuertes –una pieza o una secuencia contundentes–, dibujo, pintura, escultura, fotografía, cuáles sean la técnica y el tamaño, cobran una importancia similar. Así, el muy inteligente video digital de Quisqueya Henríquez –hueco, ritmo y piernas– no conservará en la memoria un sitial menor que la maravillosa obra maestra y óleo de Jaime Colson, «Merengue».

En síntesis, la museografía, fina y elegante, participa en la diferenciación y el realce de las excelentes obras expuestas. Es en sí un homenaje al merengue y al talento de los artistas visuales.

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