Del campo a la ciudad

Del campo a la ciudad

Que hoy no es ayer, ni tampoco mañana habrá de ser como el presente es una verdad de Perogrullo. Aún a sabiendas de que es así, recordamos el pasado e imaginamos el futuro de los que habrán de sucedernos. Tuve la dicha de nacer a menos de cien metros de un río del que solo me separaba una copiosa arboleda y un estrecho camino.

El manso riachuelo nos entretenía con el canto de sus piedras arrastradas por las transparentes y cristalinas aguas que se volvían silentes al desembocar en las pequeñas charcas donde se sumergían a diario nuestros tiernos cuerpos.

Ese mismo río Pérez se tornaba furioso, bravío y ruidoso cuando las copiosas lluvias aumentaban su cauce y teñían de marrón el fluido acuoso.

Entonces parecía un inmenso brazo de mar que arrastraba troncos, vacas y otros animales domésticos. Solían transcurrir varios días sin que el crecido arroyo permitiera el cruce a caballo de hombres y mujeres. Si alguien osaba retar al enajenado natural , esa persona era sumergida sin piedad para ser rescatada setenta y dos horas después en condición de cadáver.

Había que esperar semanas para que cesaran las lluvias, era entonces cuando sus aguas se aclaraban, y el amigo volvía a su cauce dejando de nuevo a la muchachada en libertad de reanudar los habituales baños.

Todos estábamos acostumbrados a dicho fenómeno cíclico. Conocíamos cuales eran los cortos pero intensos meses de lluvia y sufríamos los efectos de las prolongadas y tormentosas sequías.

Fue a los quince años cuando iniciamos la vida citadina. Al llegar a la capital la mente no cesaba de repetir estos versos que el maestro rural sembró en nuestros corazones: “Venid los moradores/ del campo a la ciudad/ y entonemos un himno/ de intenso amor filial”. 

El respeto a los mayores, la sinceridad, la honradez, el amor al trabajo, la responsabilidad, la puntualidad, la solidaridad y la entrega al estudio eran las dotes que siempre acompañarían al nuevo inquilino. Santo Domingo hubo de introducir nuevas costumbres, ensanchó el léxico y nos hizo adicto a la lectura, la música y el cine.

Con más de cincuenta años de capitaleño no olvidamos las enseñanzas que la madre naturaleza a través de su representante el río Pérez nos transmitió: Que después de la tormenta viene la calma; que el agua se aclara sola al paso de la corriente, y que cuando el río se sale de su cauce lo mejor es esperar a que baje el nivel de la crecida so pena de morir ahogado.

Al final sin quererlo se reactiva la memoria capitalina y tras décadas escondidos surgen frescos  los versos de Joan Manuel  Serrat: “Y con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza,/vuelve el rico a su riqueza/ y el Señor Cura a sus misas./Se despertó el bien y el mal,/ la zorra pobre al portal,/la zorra rica al rosal/ y el avaro a las divisas./Se acabó, /el sol nos dice que llegó el final,/por una noche se olvidó/ que cada uno es cada cual./Vamos bajando la cuesta que, /arriba, en mi calle,/se acabó la fiesta” .

¡Ya llegó el mañana!   

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