Del cubo al garrote

Del cubo al garrote

MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
Nuestro infortunado país crece, pero no adelanta. El nuestro es el avanzar de la ciguapa, cuyos pies apuntan en dirección contraria a su mirada, y su marcha permanece en perpetuo conflicto con el horizonte. En la medida que el país crece en recursos la nación languidece y se marchita y la democracia nuestra es cada vez más fábula sin moraleja. Porque nuestra “clase política”, que adolece de no tener clase, ha sufrido una horrible mutación. El político tradicional era de cubo y banquillo; su faena consistía en arrimar cubo y banquillo a la vaca pública y ordeñarla “eficientemente”. En cambio, el de esta era populista es de garrote y cuchillo.

Su eficiencia consiste en la rapidez con que aborda a la vaca para asestarle el garrotazo y desollarla con el filoso cuchillo partidario.  Maravilla que en su marsupial y corrupto bolsillo pueda caber una vaca entera.

Tanto a nuestros políticos como a los empresarios les convendría leer el excelente libro de John P. Kotter, titulado “La verdadera labor de un líder”, para entender la radical y esencial diferencia entre gerencia y liderazgo. Según Kotter, la gerencia pone el énfasis en el ejercicio incuestionable del poder y la autoridad; el liderazgo enfatiza la interdependencia entre jefes, subordinados y relacionados.  Para el gerente tradicional, la buena marcha del desempeño depende del estricto cumplimiento del reglamento y la descripción de funciones por los subordinados. Para el líder es más importante la motivación de éstos y su identificación con una visión futura de su institución. Para el autor, “gerenciar es manejar la complejidad”, “liderar por el contrario, es manejar el cambio”, y “cuanto más cambio haya, más liderazgo hará falta”; para Kotter, “a la gente no se la lleva a la batalla, se la dirige”. Y nosotros agregamos: en una situación de cambio, dirigir exige ineludiblemente capacidad de tomar decisiones oportunas.

La crítica situación política actual se caracteriza por tener un gobierno que es el resultado de una potente voluntad de cambio de los electores que frustró el intento reelecionista de un gobierno incompetente, inmoral y corrupto que situó nuestro país al borde del colapso total. El cambio tuvo un sentido que a juicio nuestro no ha sido debidamente interpretado por el partido gobernante: el pueblo no votó políticamente por su candidato, sino cívicamente por el cambio que él encarnaba y la esperanza, hasta hoy defraudada, del justo castigo de quienes saquearon la nación. Debe de preocupar a las actuales autoridades que con su generalizado descontento la gente está en la “batalla” desbordando la conciencia cívica, el sentido de responsabilidad y el famélico liderazgo de los políticos, deplorando la indiferencia e inaccesibilidad de los funcionarios públicos frente al ciudadano contribuyente a quien realmente deben su salario.  En suma, el acomodaticio “dolce far niente” en término de las urgentes expectativas del pueblo elector, en medio de una ruidosa fanfarria propagandística. ¿E pa’lante que vamos? ¿O mucho ruido y pocas nueces?

En más de nueve meses de ejercicio del gobierno, el Presidente Fernández parecería suplir su poco decidir con el mucho explicar.  Novedoso intento de alquimia política: convertir el conocimiento en voluntad. Dar a lo que se sabe, categoría de decisión.  Para el ciudadano que observa y espera, es frustratorio y desalentador. Porque sólo se suele hacer lo que se hace temprano. Lo temprano marca la tendencia y generalmente  suele decidir el destino final. Aplazando las decisiones cruciales, muy temprano se puede marchitar la esperanza del pueblo.

Este gobierno de Leonel Fernández, por el cual la mayoría votó, enfrenta el grave peligro de situarse de espalda a la crítica adversa. Por considerar la mayoría de sus integrantes, que es enemigo quien lo hace.  La propia, repetitiva propaganda es el canto de sirena que embriaga y conduce al abismo. Convirtiendo en verdad única la mentira propia. Ese es el resultado de la repetición propagandística. La crítica adversa es el único antídoto de ese veneno.

Es ya cliché, que al ser cuestionado sobre el desempeño de su gobierno en sus habituales comparecencias públicas, el Presidente Fernández inicie su respuesta con una referencia a la enorme, grave y trágica crisis que su antecesor legara al país. Esa realidad le permite poner en foco el enorme esfuerzo y la magnitud de medios que va exigiendo el proceso de recuperación de esa crisis. Lo que calla el doctor Fernández es toda referencia a las causas de la misma, como si ésta se hubiera producido “deus ex machina”, o por generación espontánea, lo cual evidentemente reduce la validez del juicio. Porque esa crisis fue producto de la incompetencia, la corrupción, la rapacidad incontrolada, y el manifiesto y desmedido propósito de la impopular pandilla gobernante de mantenerse en el poder a cualquier precio. Esa crisis tiene víctimas y victimarios, culpables y responsables, criminales y dolientes.

El pueblo a la vez víctima y doliente supremo de esta gran tragedia, espera como alma en pena el ejemplar castigo de los responsables y culpables de esa tragedia cuyo enorme costo se pretende ahora endosar a sus inocentes víctimas. Esta no es la hora de la explicación retórica, sino de la decisión punitiva.

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