Se ha repetido y con razón como una verdad de Perogrullo que el “Deporte une a los pueblos”. Y así es. Lo hemos vivido mil veces y recientemente cuando recibimos con entusiasmo y a casa llena las distinguidas delegaciones de los equipos de volibol femenino de Canadá, México y Puerto Rico compitiendo en nuestro suelo con las Reinas del Caribe para definir cuál país sería representado en esa disciplina en los próximos Juegos Olímpicos a celebrarse en la ciudad de Tokio, Japón, resultando República Dominicana ganador de esa importante serie.
Después de ese excitante triunfo, eliminados de la serie regular los equipos Estrellas Orientales y Gigantes de San Francisco, los equipos restantes se enfrascaron en una fiera batalla seguida por su entusiasta fanaticada en el “Round Robín” (serie semifinal ) hasta el histórico y dramático encuentro lleno de expectativas donde los Tigres del Licey vencieron alas aguerridas Águilas Cibaeñas, dos verdaderos titanes de nuestro beisbol profesional que han merecido y merecen la admiración y el mayor respeto, sintiéndose los fanáticos, peloteros, managers, asistentes y directivos y hasta los árbitros, nadie es infalible, altamente regocijados y satisfechos. Todavía nos aguarda el desenlace la serie final entre Tigres y Toros que decidirá el campeón de torneo dedicado al notable empresario y político, propulsor del deporte, Dr. Carlos Morales Troncoso, con su carga de goce y sufrimiento incluidos, y bien cercano le sigue la Serie del Caribe, para tan solo abarcar el área de nuestro deporte favorito.
En política, lastimosamente, es otra atmosfera la que se respira, muy tensa, llena de angustia, esperanza e incertidumbre. La Constitución, bautizada como un “pedazo de papel”, en países como el nuestro, viene a ser un mito, una utopía. En su Art. 2, dispone: “La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, de donde emanan todos los poderes de Estado…” y más adelante, capitulo II, en el Art. 7 declara: “En República Dominicana, es un Estado Social, Democrático y de Derecho“ (así en mayúsculas) atribuyéndole los demás atributos y virtudes que garantizan los derechos fundamentales del ser humano, individuales, sociales y políticos para que reine entre nosotros la paz, la equidad y la justicia; el bienestar general y desarrollo de nuestro pueblo.
En la política, conforme con nuestra historia, desdichadamente desde nuestra independencia y más allá predomina el dominio y la ambición de poder, de riquezas y de gloria mal fundadas que desatan una guerra sin cuartel contra todo adversario considerado enemigo, bíblicamente justificado: ”Quien no está conmigo , está contra mí.”
Prima, en esencia, la convicción de que no importan los medios empleados, si al final se logra el objetivo perseguido. Eliminar al contrario es la consigna, lo único que interesa y cuenta. “Desde el poder todo se puede.” De ahí, el desbordamiento de malas pasiones, los atropellos, la envidia, los celos, el odio hasta llegar al crimen si es preciso y el desorden existentes. La moral corrompida. Y así no puede ser.