Del dolor que se baila

Del dolor que se baila

POR ALEXIS MÉNDEZ
Me encontraba en la cabina de Quisqueya FM, junto a José Federico y Julio Virdes, en pleno desarrollo de “Música Maestro” (el programa de radio) mientras colocaba un merengue de Luis Días, que a pesar de conocerlo, nunca me había detenido a escucharlo. Al parecer mis compañeros tampoco, porque los tres nos concentramos en su contenido.

“El terror” canta en esta grabación lo siguiente: “El que descubrió el amor/ deben haberlo matao, ay Dios/ y también asesinao/ no más por descubridor, ay Dios”.

“Elena” es el título y forma parte un disco de merengues que este artista grabó en los 80´s. Un álbum que representa, con dignidad, el valor cultural de la música vernácula, exhibiendo pinceladas de lo más remoto y de la modernidad.

Hay que oír con la amargura con que “El terror” arranca de su garganta estas palabras, dando como resultado un canto lacrimoso. Me llamó la atención como aquel calvario, inducido por las letras, podía combinarse con un ritmo acelerado, contagioso, y sobre todo alegre, que lleva consigo algunas variaciones rítmicas que lo enriquecen y que inducen al baile desde sus primeros compases.

Esa capacidad de mezclar tristeza y alegría (agua y aceite), es un sello propio del caribeño. Es sorprendente como llevamos las penurias colgando, y estas nos pesan menos que los brazos. Es un don que se advierte desde los tiempos de las colonias, cuando los esclavos sacaban música con las herramientas de trabajo, y adornándola con su canto, buscaban alivianar el peso del trabajo.

Luis le cantó a la imposibilidad de conseguir un amor. Lo hace de manera ingenua, y a la vez expresando un sentimiento desgarrador: “Yo quisiera hacer un camino/ por debajo de la tierra, ay Dios/ para podé hablar contigo/ todas las veces que quiera, ay Dios”. Posiblemente, si tratáramos de buscar, fríamente, música para estas palabras, encontraríamos tonos melancólicos y un ritmo más lento. De igual manera, brotarían frases de alegría al escuchar el acompañamiento musical por separado. Solo la espontaneidad arraigada del pueblo puede unir estos sentimientos.

Es el dolor que se baila. Lo escribió el musicólogo Enrique Romero en su libro “Salsa”, el orgullo del barrio. Habla de una alegre sonoridad que tiene en sus textos las crónicas del Caribe, basadas en historias tristes (El hijo de madame Inés), abandonos amorosos (Juliana… que mala eres), injusticias sociales (Pablo pueblo), Traiciones e imposibilidades. Este autor asegura: “Y aunque hay también textos gozosos, son los otros los que priman con su melancolía, su dolor y su tristeza”… Va más allá cuando dice: “Esto se da en los textos, pero también se refleja en los arreglos instrumentales que, incitando a bailar, dan alegría al cuerpo y cierta tristeza al alma”.

Es una tristeza que se vive con felicidad. Ahí anda con nuestra bachata, imprimiendo llanto a la existencia y dando alegría a los pies. Como esa de Anthony Santos que se titula “Ay, ay, ay”, que trae la pena desde su nombre, y por otro lado incita a las caderas a gobernarse. Es la eterna desdicha que sale por los poros, y hasta nos vuelve masoquistas. Eso lo expresa “El terror” cuando lanza al aire su queja y después admite que la ama. También Anthony Santos cuando entre llanto y canción grita: ¡Me gusta esa vaina!

programamusicamaestro@yahoo.es

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