Del enemigo malo ¡Líbranos Señor!

Del enemigo malo ¡Líbranos Señor!

Presos por aquí y presos por allá. Cuanto más indagan las autoridades respecto de José Figueroa Agosto mayor es el número de implicados en una trama sin fin. Se escuchan nombres de mujeres y hombres que por datos que ofrecen las autoridades, la imaginación los ubica en la clase media baja. Surgen apellidos de otros que, hembras y varones también, aparentan tener origen en familias de clase media. Y es por ello que invoco a Dios. Del enemigo malo, Señor, ¡líbranos!

¿Cuánto vale el ser humano? Muchos se han probado en la puja de los tiempos. Dios ha permitido a unos pocos justipreciarse en mercados diferentes a los prevalecientes. Esos rumian el fracaso tal cual se contempla éste en la sociedad. Mas agradecen a sus padres que escondieron tras la carne y el mundo que confeccionaron, los valores que son el dechado que exhiben.

En la generación de hoy esos valores están en entredicho. Los hijos de estos días aprecian más que al bien moral, al bien material. Por ellos, por los hijos de estas generaciones clamo para que del enemigo malo, ¡líbranos Dios!

Al volver la vista sobre Figueroa Agosto, pienso en todo lo que nos tienta. ¿Quién es él mismo, sino un joven puertorriqueño tentado por la riqueza? Los involucrados en los sórdidos negocios de que se acusa a aquél, ¿quiénes son? Personas como nosotros, que también criaron esperanzas de éxitos, pero que eligieron el edén de las manzanas. Y por eso digo, por nueva vez, dirigiéndome a quien nos creó, del enemigo malo ¡líbranos Señor!

 Soy pecador. Como la mayor parte de los seres humanos, soy débil. Afloran en mi carácter esas endebles expresiones que se tornan aleves de vez en vez.

Tiran con fuerza hacia caminos en que levantan valladares las conciencias que procuran acercarse a su Creador. ¿Resiste el ser humano sin revolverse contra Dios, clamando contra la injusticia que triunfa? Resisten unos. Pocos o muchos, aguantan cuantos advierten que, de alguna manera, Dios los vigila. ¿Y los que no tienen esta convicción? Pienso que estos, pocos o muchos, son seducidos. Dislocada hoy una humanidad inclinada a riquezas y vicios, tendrá que confrontar el pesar por los que son sorprendidos en faltas pecadoras. Tal vez ha llegado la hora de que Abraham se detenga y rehaga la comunidad del resto.

Por nueva vez tendrá que verle la cara al Creador. Por nueva vez tendrá que decirle que no condene al mundo por el pecado de unos, pocos o muchos. Por nueva ocasión tendrá que preguntarle si es capaz, por su munificencia y bondad, de seguir perdonándonos.

Y mientras esto hace Abraham conviene que agobiados por la tristeza pero acogidos por la esperanza, pidamos por nueva vez que del enemigo malo nos libre el Señor.  

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