PEDRO GIL ITURBIDES
La gripe de los pollos no es cosa nueva. Cuando éramos muchachos aprendimos a comprar pollos sin moquillo. Las aves se vendían en la parte trasera del mercado Modelo, en gallineros establecidos en el callejón Imbert, al norte del establecimiento principal. Acuérdate de apretarle el pico. Si suelta una agüita, cambia la gallina, era la invariable orden de Digna Cuevas, desde que montábamos nuestra Rudge. Y allí podían vernos recibiendo una gallina tras otra, mientras apretábamos sus picos. No pocas veces, comprenderán ustedes, fuimos severamente reprendidos por alguno de los vendedores.
Pero señoras que merodeaban en los gallineros nos alentaban. Así mismo muchachito, no te dejes engañar. Y nos mudábamos de gallinero, atraídos por otro vendedor deseoso de mostrarnos algún ejemplar que no sufría de gripe. Porque el famoso moquillo de nuestras gallinas no era otra cosa que la gripe
en estas aves. No eran, sin embargo, gripes letales como la ahora famosa gripe aviar. Es que por aquellos días no había científicos que nos dijesen que los virus que provocaban esas gripes eran mutantes y resistentes a las diversas formas de cura.
Porque sea dicho sin faltar a la verdad, tampoco los criadores se preocupaban de darle vitaminas y minerales, antibióticos ni hormonas. Gallos y gallinas que no capturasen sus cucarachas y lombrices en adición al maíz y arroz macho de que los proveían los criadores, morían de hambre. Nunca supe, empero, que ave alguna fuere víctima de inanición. Porque entonces no habían pollos de granja propensos a las enfermedades más extrañas, ni las gallinas morían por sufrir moquillo.
No quiero negar que hubo criadores preocupados por la suerte de sus aves, con gallineros levantados para su crianza. Preciso es, con todo, que seamos sinceros y que digamos sin ambages ni recovecos que gallos y gallinas se criaban solos. Su trabajo consistía en aparearse, por instinto, lo que
hacían discretamente y no a la vista de sus dueños, para que las gallinas pusieran huevos reproductores. Al atardecer se subían a las ramas de los árboles, o a palos que los criadores preparaban, para echar la noche fuera del alcance de los ratones. Aunque no de las cuyayas, los cernícalos y otras aves predadoras.
¡Ah días felices aquellos, en que el moquillo no era epidemia temible, y el virus que lo provocaba no era, ni remotamente, del tipo HN5I, letal para las aves y para los seres humanos! Aquellos eran días en los que Cojinúa llegaba con su carga de pescado fresco, Santana con la escopeta llena de palomas y
rolones, y las marchantas con sus gallinas canjeables por ropa vieja. Y cuando estas marchantas tardaban, iba yo en mi bicicleta a jeringarle la vida a los vendedores, retorciéndole el pico a sus gallinas, para descubrirles el moquillo.
Cojinúa y Santana murieron, y las marchantas han desaparecido. También desapareció el moquillo, para darle paso a la gripe aviar. Y al pescado importado. En estos días buscábamos filete de merluza, que se trae del Atlántico sur, cuando divisé el letrero que avisaba de un baratillo de tilapias. A Rossy, mi mujer, le desagradan las tilapias, porque dice que saben a lodo. Fue la curiosidad, pese a tal rechazo, que me llevó a indagar sobre su origen.
– ¿Provienen de criaderos de Bayagüana?, pregunté.
El vendedor levantó una caja de cartón corrugado, pero similar a aquellas de tablillas en que antiguamente llegaba el arenque. ¡Envasado en Tailandia! La sorpresa no fue minúscula, y me dije que hasta esto ha perdido el país.
Porque sin importar el nombre y los símbolos de los gobiernos, dimos la espalda a esta potencial industria, y ahora dependemos de pescado importado.
Porque merluza y rovina llegan de Argentina y Uruguay, cangrejos enlatados y tilapias de Tailandia y Malasia, varios tipos de crustáceos y moluscos de España, y arenque y bacalao de Finlandia o las Tierras del Labrador.
¡Hasta en esto mostramos nuestra incapacidad, nosotros, descendientes de aborígenes que tenían criaderos de lizas en el mar Caribe! ¡Pero ni eso lo aprendimos, y los gobiernos no han aprendido a impulsar la producción alternativa de bienes de consumo! ¡Qué pena, porque si la gripe aviar se expande, tendremos que recurrir al pescado para asegurar la ingesta de
proteínas animales de bajo costo! Y entonces tendremos que importar aún mucho más pescados y mariscos que aquellos que compramos por estos tiempos.
Y todo por culpa del moquillo de los pollos.