POR MARÍA ELENA DITRÉN FLORES
En las últimas semanas se han publicado algunos artículos analizando la vida y obra de Theodore Chasseriau, pintor francés nacido en suelo dominicano en 1819. En la Isla de Santo Domingo se estaban viviendo tiempos difíciles dadas las precariedades económicas y el clima de inestabilidad política reinante en aquel período.
Ante tales circunstancias son escasos los nombres de artistas conocidos y las obras del momento conservadas. Domingo Echavarría y Epifanio Billini son dos de los artistas destacados por el investigador Danilo de los Santos en su obra La pintura en la sociedad dominicana.
Mientras en la primera mitad del siglo XIX, en Santo Domingo, el desarrollo de las artes se veía limitado por las circunstancias socio-políticas, París ostentaba la capitalidad de las artes; tal como había sucedido con Florencia en el siglo XV y en Roma en el siglo XVII. Esta preponderancia de la capital francesa tuvo lugar a partir de la Revolución Francesa en 1789, que proclamaba los principios de libertad, la igualdad y fraternidad, introduciendo cambios drásticos en las diferentes esferas de la sociedad francesa. En el terreno de las artes, la Revolución Francesa dio un impulso al interés por la historia y la pintura de temas históricos. La pintura del momento reflejó admiración e interés por el mundo greco-romano. Entre los artistas que lideraban este nuevo estilo que buscaba su inspiración en las glorias y la grandeza de Roma, estilo neoclásico, estaba el pintor Jacques-Louis David (1748-1825), discípulo aventajado de David fue Jean-Auguste-Dominique Ingres (1780-1867), quien al igual que su maestro fue un gran admirador del arte de la antigüedad clásica. Este interés le llevó al estudio de la escultura griega y romana, interesándose especialmente en la consecución de la noble belleza; premisa principal del ideal de belleza clásica. Colores suaves envueltos en una atmósfera de misterio junto a la mesura y el orden, serán características del neoclasicismo encontradas en la generalidad de la obra de Ingres.
Si bien a finales del siglo XVIII el principal interés de las artes era la búsqueda de la noble belleza propuesta por el arte clásico, para principios del siglo XIX las cosas habían comenzado a cambiar y el espíritu de libertad de la Revolución trastocó los convencionalismos presentes en las artes, introduciendo un clima de libertad que favoreció la aparición del movimiento romántico. En esta época, París era un hervidero artístico y hasta él se desplazaban artistas de todo el mundo para estudiar con los más renombrados del momento.
La libertad, tanto en el arte como en la sociedad, debe ser el doble objetivo a que aspiren los espíritus consecuentes y lógicos;… decía Víctor Hugo en el prólogo de Hernani. Esta frase resume las ansias de libertad existentes en todo el movimiento romántico. Después de la caída de Napoleón en 1812, las jóvenes generaciones deseaban encarnar los principios revolucionarios, por ello, el romanticismo no fue sólo una revolución en las artes, si no también, una revolución social, política e ideológica. Ante tales cambios en la sociedad, resulta obvio un cambio en el gusto y por tanto, un cambio en las teorías estéticas de la creación artística.
En tal contexto, se dio una cruenta batalla -intelectual- entre los clásicos y los románticos. Una lucha que enfrenta a los defensores de la herencia greco-romana versus los que deseaban desprenderse del peso de la tradición y quisieron romper con los convencionalismos abriendo nuevos horizontes en el arte. Muchos artistas nacidos entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX vivieron ese momento de cambio en que se inicia la ruptura con la tradición. Es el caso de Theodore Chasseriau (1819-1856), del cual, hace escasos días, tuvimos la oportunidad de apreciar su obra, en el Centro León de Santiago; mostrada actualmente en el Museo de Arte Moderno. Oportunidad única para que el público dominicano conozca y disfrute la obra de este artista decimonónico francés.
Nacido en El Limón, Samaná, Chasseriau creció y desarrolló su talento artístico en Francia, país del que procedía la familia paterna del pintor, y al que se trasladaron después de abandonar la Isla cuando Theodore apenas contaba con 14 meses de vida, según apunta Bernardo Vega en la excelente síntesis de contextualización histórica, realizada para el catálogo de la exposición.
Fue en la capital francesa donde precozmente inicia sus estudios con el más destacado pintor tradicionalista de la primera mitad del siglo XIX, el antes mencionado Jean-Auguste-Dominique Ingres. No es casual, que siendo Ingres su maestro, encontremos las características del mismo en las obras tempranas del joven Chasseriau. Parece obvio que el precoz discípulo siguiera las recomendaciones del exigente maestro, quien en sus enseñanzas insistía en una disciplina de precisión absoluta y el estudio de lo natural, combatiendo la improvisación y el desaliño. Al parecer, el talento mostrado por Chasseriau, en la aplicación de dichas normas, le valió el calificativo, por parte del maestro, de el Napoleón de la pintura…. Más adelante en el tiempo, la ruptura con tales premisas estéticas debe ser la causa del distanciamiento entre ambos artistas. Por ello, la línea -el dibujo- y el modelado son los aspectos más destacados en las obras de los primeros años. Un ejemplo crucial es la Venus Marina o Venus Anadiomena de 1837. La elección de un tema mitológico, dentro del más puro academicismo, el suave colorido, el delicado escorzo y la belleza serena tan propias del gusto de la época; son algunas de las características de esta obra emblemática dentro del conjunto de su producción. Frente a ésta, encontramos obras de mediados y finales de la siguiente década en las que el dibujo pierde importancia frente al color; la pincelada es mucho más suelta y fantasiosa, demostrando una total adhesión al movimiento romántico, cuyo principal objetivo era expresar la pasión y el sentimiento con total libertad, sin las ataduras que imponía el neoclasicismo, el cual llegaba al exhibicionismo de seguridad y perfección técnica. Fue precisamente el aburrimiento ante tanta perfección lo que llevó al advenimiento del romanticismo, a partir de una exposición de pinturas inglesas y francesas celebrada en 1824; a pesar de que el movimiento neoclásico estaba en plena euforia.
El paisaje inglés despertó el interés de muchos artistas, los cuales se reunieron en torno de la figura y el estilo de Eugène Delacroix (1798-1863). Iniciándose a partir de entonces una importante pugna entre Ingres y Delacroix. Este último consideraba que en la pintura, el color y la imaginación eran mucho más importantes que el dibujo; indagando más allá de lo visible, pues pensaba que se ve con el sentimiento, no con los ojos.
En este momento también hubo un marcado interés por los temas exóticos, lo que llevó a muchos artistas a desplazarse a escenarios que les proporcionaran temas más apasionantes y diferentes a los acostumbrados temas religiosos (escenas bíblicas y temas hagiográficos -vida de los santos-) y profanos (alegorías y temas mitológicos), lo que ocasionó que muchos artistas visitaran el continente africano. Así lo hizo Delacroix en 1832, introduciendo en el Romanticismo temas orientales en los que se destacan la expresividad de los ojos negros llenos de misterio, el colorido brillante y los ricos ornamentos que adornan las figuras femeninas árabes y judías que aparecen en sus pinturas. Como lo hiciera Delacroix y otros tantos contemporáneos suyos, CHASSERIAU también viajó al norte de África, en 1846, e introdujo temas orientales en su pintura. Es así como encontramos una serie de mujeres árabes tales como Mujer y niña de Constantinopla con su gacela (en catálogo de exposición); en la cual no sólo hay un estudio de la vestimenta y los aditamentos, si no, que va más allá, interesándose en los rasgos étnicos y la captación de la atmósfera; intentado lograr la máxima romántica de ver no con los ojos, sino con el sentimiento.
Su rica producción también se compone de una serie de retratos familiares y de ilustres personajes del ámbito político e intelectual de la sociedad francesa del momento, en los cuales se observa su espíritu romántico; pues en éstos se asumen, de manera generalizada, las características propias del retrato romántico; al intentar desvelar las profundidades del alma cargándose con ello de un halo de melancolía que se expresan con una serena tristeza. También encontramos en su obra, al igual que en Delacroix, interpretaciones de la literatura; siguiendo el prototipo de artista ilustrado, realizó interpretaciones de obras de Byron, Dante y Shakespeare, tales como Macbeth y Otelo. De esta última se presenta una serie de grabados en esta exposición. A decir de Claude Boret, Comisario de la Biblioteca Nacional de Francia, para la República Dominicana, en el catálogo para la exposición, hay una diferencia clave entre el Otelo de Delacroix y el de Chasseriau, y es que su Otelo -el de Chasseriau- constituye una serie de cuadros de los cuales cada uno sintetiza un episodio esencial de la tragedia. El mismo autor destaca la violencia contenida de los grabados de esta serie, lo cual es fácilmente apreciable por el espectador.
Aunque algunos autores destacan la modernidad de su obra, ésta, al igual que la obra del resto de pintores románticos, puede entenderse como un preludio de la modernidad. El paulatino desinterés por el dibujo frente al color y la pincelada muy suelta, anuncian el nacimiento del Impresionismo. Pocos años después de la muerte de Chasseriau en 1856, artistas como Monet, Manet, Degas, Renoir, Pissarro, entre otros, estarán pintando en el más puro impresionismo, consolidando este estilo desde las esferas oficiales, en los Salones o desde el ámbito extra oficial en las exposiciones alternativas que suponían los Salones de los Rechazados.
En tales circunstancias, el romanticismo nacionalista podría inducirnos a error al intentar buscar a toda costa una (a nuestro juicio) inexistente relación entre la Isla y la obra de Chasseriau, pues la observación detenida de libros y catálogos que reproducen su obra nos muestran a un artista de excepcional calidad, totalmente inmerso en su contexto y preocupado por las discusiones estéticas que se daban en el París de aquel momento.
No obstante, y a pesar de que su obra ni se desarrolló ni aportó nada al posterior evolución de la pintura dominicana, sentimos el orgullo de quien se alegra de haber nacido en la misma tierra que este célebre pintor francés, que bebió de dos concepciones estéticas divorciadas: una defendida por el neoclasicismo y la otra por el romanticismo; y que en medio de la más importante polémica del siglo XIX: La Querelle entre la línea y el color, protagonizada por los por dos titanes del arte universal que le sirvieron de guía y modelo: Ingres y Delacroix, supo conjugar la mesura con la pasión, iniciando, junto al resto de románticos, la ruptura con la tradición e introduciendo nuevos postulados estéticos que redefinirían los caminos del arte y marcarían el camino de la modernidad.
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La autora del texto es Lic. en Historia del Arte y Candidata a Dra. en B.B.A.A.