Del neoliberalismo, la democracia formal y las elecciones

Del neoliberalismo, la democracia formal y las elecciones

A mi padre nunca le sedujo la idea pregonada en la entrañable voz de La Doña, Mercedes Sosa, interprete de una canción que dice: “Quien no cambia todo, no cambia nada.” Le parecía extrema, demasiado radical, a pesar de la gran verdad que encierra, particularmente en la política sesgada por el mimetismo. El pueblo dominicano ha pasado viendo poner parches a sus males, sin tocar fondo, por dictadores, déspotas, seudos demócratas, golpes de Estado y borrón y cuenta nueva, para terminar como el carretero Juan y su yunta de bueyes, “atascados en el pantano a la orilla del Yurumí” hasta convencerse que solo su ingenio y decisión podían sacarlo del lodo.

Nada mejor para conocer el Siglo XX que el tango “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo. Pero lo que nos legara en sus postrimerías ese siglo de luces y sombras, de enormes avances científicos y tecnológicos, pero descarnadamente inmoral y corrupto, ni el mismo autor podría sospecharlo.

Resurgiría con fuerza la vieja creencia libertaria del libre mercado con las políticas neoliberales enraizadas en un mundo globalizado que, asentada en los gobiernos de turno, vendría a desplazarlo y socavar, con la exclusión, las bases de un régimen genuinamente democrático minando el bienestar colectivo y la estabilidad social y económica de una nación controlada por intereses privados de grandes y poderosas corporaciones, emporios empresariales, autoritarios, antidemocráticos, súper protegidos internacionalmente, con “sus secuelas importantes y necesarias de una ciudadanía despolitizada, caracterizada por la apatía y el cinismo desmoralizante y una oposición nunca antes más desorganizada.” (Robert Chesney).

Cuando alguna vez el pueblo dominicano levantó cabeza, los terribles infantes de Marina, Casa Blanca, la CIA y el Pentágono, aliados a la rancia oligarquía criolla, se encargaron de hundirnos en el lodo, más abajo, mucho más. Para remedar esos males traumáticos, ancestrales, impusieron como comodín el certamen electoral, libre y democrático, y nos acomodaron a su resina ayer y hoy organizada bajo un marco legal de igualdad y libertades demagógicamente institucionalizadas, inmaculado de pureza. Un “quítate tú pa ponerme yo”, donde quien tiene más saliva traga más ojaldras, resultando siempre “más de lo mismo.” Elecciones prejuiciadas a favor del “menos malo”, o “del malo conocido, mejor que el bueno por conocer.” La opción electoral que no favorezca a los poderosos es escasa y pobre, sin olvidar la sentencia del oráculo Milton Friedman (Capitalismo y Libertad) los muchachos de Chicago y sus seguidores, fervientes creyentes de que “la esencia de la democracia es obtener beneficios, siendo todo gobierno que siga políticas contrarias al mercado, antidemocrático.” Ergo, no apto para gobernar. Sobran los ejemplos.

El neoliberalismo “es, de hecho, el capitalismo sin miramientos. El enemigo inmediato y principal de la democracia participativa.” (Chomsky). Parece ser una fuerza invencible pero no lo es. Cuando el pueblo pensante se organiza y reconoce que “la democracia es una falsa”, el sistema económico es “intrínsecamente injusto” y que “el gran capital gobierna y controla el país”, llega el momento histórico en que los gobiernos tiemblan y se producen los grandes cambios necesarios.

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