Del oficio docente al ejercicio profesional

Del oficio docente al ejercicio profesional

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Los gobiernos dictatoriales de Rafael Leónidas Trujillo Molina no lograron darle una adecuada respuesta a la necesidad de que el Sistema Dominicano de Instrucción Pública pudiera disponer en número suficiente de recursos humanos  calificados para cumplir con idoneidad el desempeño de sus funciones. Los principales gestores  de la enseñanza de esos tiempos no entendieron que la calidad de la educación de un país no  podía ser superior a la calidad de su cuerpo docente, por lo que no les preocupaba el hecho de que el enseñar  no fuera más que un oficio muy mal remunerado ejercido por bachilleres o por personas sin perspectivas de futuro.  

En tiempos de la dictadura, apenas un 4% de los profesores en servicio estaba en posesión de un certificado de maestro normal  o de un título profesional. Y no fue hasta principios de los años 50 del pasado siglo 20 cuando fueron creadas las primeras escuelas normales superiores, “Félix Evaristo Mejía” en la ciudad de Santo Domingo, y la “Emilio Prud’Homme” en la ciudad de Santiago de los Caballeros. Pero,  el número de egresados de esas dos instituciones nunca fue suficiente.

Los programas de formación y capacitación de maestros en la llamada “era de Trujillo” no  propiciaron  innovaciones relevantes en la práctica docente ni en la producción de conocimientos pedagógicos. Tampoco, pudieron reforzar la integración de los procesos formativos con el desarrollo del sistema. Era mucho pedirles que lo hicieran  en una atmósfera de negación de los derechos fundamentales bajo la cual se vivía aquí  en tiempos del “Varón de San Cristóbal”.

A partir de la Carta Pastoral de enero de 1960, en respuesta a la represión desatada por Trujillo tras producirse el desvelamiento del Movimiento Clandestino 14 de Junio, la Alta Jerarquía de la Iglesia Católica se distanció  de la dictadura. No ocurrió así en la clase magisterial. Días antes del ajusticiamiento del sátrapa, los maestros públicos estuvieron participando en manifestaciones de apoyo a la dictadura. Tras la caída del régimen, muchos de ellos fueron repudiados por sus propios alumnos. Se creó un malestar que durante meses afectó el desenvolvimiento de las labores docentes en muchas escuelas y liceos públicos del país. Lo mismo ocurrió en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.         

Con el advenimiento de la democracia, comenzó a vislumbrarse como objetivo a corto plazo el proporcionar formación y titulación especializada a todos  los maestros en servicio. También, el de atraer a los mejores candidatos para convertirse en docente. Era que, con honrosas excepciones, nuestros maestros no estaban técnicamente  calificados  para enseñar en un ambiente de libertad y de respeto a los derechos de los demás. Las escuelas normales, a pesar del prestigio de que disfrutaban, no disponían de suficientes recursos  para  formar maestros con la capacidad requerida, por lo que hubo que involucrar las universidades en los programas de formación y capacitación de docentes, y de convertir las escuelas normales en institutos de estudios superiores. Gracias a esas y otras medidas, hoy disponemos de profesionales de la educación en número suficiente para hacerle frente a los problemas que afectan al sistema. Hoy, más del 80% de los maestros en servicio posee un título universitario o de técnico profesional que lo acredita como tal. Y muchos de ellos han cursado estudios de postgrado en universidades nacionales y extranjeras. La carrera de pedagogía se cuenta entre las más preferidas por el estudiantado universitario de nuevo ingreso. La profesión docente ha alcanzado una valoración social que antes no tenía. ¿Cómo se logró  todo esto? A ello nos referiremos en la próxima y última entrega de esta serie. 

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