Del Pentágono al Banco Mundial

Del Pentágono al Banco Mundial

WENDY CAPELLÁN
El ascenso de Paul Wolfowitz a la presidencia del Banco Mundial a partir del 31 de mayo es ya inminente gracias a la aprobación unánime de los 24 directores ejecutivos de dicho organismo que ante la ausencia de otro candidato, olvidaron el escozor causado y lograron ponerse de acuerdo para superar las polémicas generadas cuando éste fue sugerido al puesto por el presidente norteamericano George Bush.

Su transición como Subsecretario de defensa en el Pentágono y segundo al mando luego de Donald Rumsfeld, tendrá que superar el escepticismo de una comunidad internacional que aún tiene fresco el recuerdo de lo acontecido en Irak. Adicionado al informe de una comisión presidencial norteamericana – a la que Bush se mostró reacio a designar- que recién divulgó las debilidades de las agencias de espionaje de los Estados Unidos diciendo que estaban «totalmente equivocadas» en la mayoría de sus planteamientos respecto a la posesión de armas de destrucción masiva por parte del régimen de Saddam Hussein. Revelando además que lo que sabe el Gobierno de Bush sobre los programas armamentistas de las naciones más hostiles a sus intereses es «asombrosamente poco», por lo que dicha comisión demanda cambios estructurales en el gobierno para evitar futuros errores y enumera más de 70 recomendaciones.

La cuota de responsabilidad de Wolfowitz parece ineludible, sus antecedentes resaltan más de dos décadas de experiencia y liderazgo en materia de seguridad nacional. Como planificador de la guerra del Golfo Pérsico reunió US$50 mil millones en ayuda financiera de países aliados, fue el principal impulsor de la lucha contra el terrorismo y, de la política de ataques preventivos utilizada para justificar la intervención en Irak. impulsor de la lucha contra el terrorismo y, de la política de ataques preventivos utilizada para justificar la intervención en Irak. Como miembro de la organización «Proyecto por un Nuevo Siglo Americano» ayudó a definir los lineamientos de la política exterior norteamericana y, dada su influencia se llegó a hablar de la «doctrina Wolfowitz», haciendo referencia a un mundo cuyo desarrollo histórico pueda ser conducido conforme los principios, intereses y lineamientos de los Estados Unidos.

Entre las cualidades que exhibe están las de hábil negociador, con una influencia indiscutible, un liderazgo consolidado y gran experiencia al mando de grandes organizaciones y proyectos. En adición a esto ha sido catedrático de las Universidades de Yale y Johns Hopkins, así como del Instituto Nacional de Guerra impartiendo clase sobre estrategia de seguridad nacional.

En contraposición a lo anterior, razones sobran para que una lista de sus detractores sea encabezada por personalidades como Joseph Stiglitz (Premio Nobel y ex Jefe de Economistas del Banco Mundial) quien al ser abordado por la BBC de Londres opinó lo siguiente «Elegir al general adecuado en la guerra contra la pobreza no garantiza la victoria, pero escoger a uno que no sea adecuado seguramente incrementa las posibilidades de un fracaso». Iguales cuestionamientos sobre su capacidad para lidiar con asuntos del desarrollo han manifestado organizaciones internacionales como Oxfam, Greenpeace, y ActionAid entre otras.

En conclusión, Wolfowitz tiene un gran desafío por superar. La respuesta al dilema de si Bush lo escogió para lograr un propósito específico o si fue un premio por su leal colaboración, será resuelto conforme tenga la oportunidad de desplegar su talento al servicio de las más nobles causas de dicho organismo, cuya cartera de préstamos anuales asciende a US$20,000 millones. Todos, albergamos la preocupación de que la ejecución de proyectos prioritarios para el mundo en desarrollo se subordine al avance y cumplimiento de la lucha contra el terrorismo, y otros temas que atañen más bien a organismos internacionales vinculados a la seguridad mundial.

Wolfowitz tiene influencia y habilidad para superar el legado del saliente James Wolfensohn, que dejando atrás los programas de Ajuste Estructural de los ‘80s, impulsó reformas en China, Europa del Este, los países de la antigua Unión Soviética, y algunos países asiáticos. Apoyando además programas para la preservación del medioambiente, lucha contra el sida y la promoción de una nueva generación de reformas institucionales.

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