Del poder y sus demonios

Del poder y sus demonios

César Pérez

El poder es el objeto de estudio de diversas ramas del pensamiento científico, particularmente de la Ciencia Política. Especialistas en ese tema lo han tratado con la profundidad propia de sus oficios. Sin embargo, a pesar de los irremediables límites del saber popular o de sentido común, es evidente la precisión con que la gente corriente, basada en ese saber, percibe y describe los cambios de comportamiento de algunas personas cuando asumen determinadas formas de poder, sobre todo en el ámbito de la política. Los percibe en muchos de los incumbentes de los gobiernos que terminan y de igual manera en los que les suceden, como ocurre actualmente en nuestro país, siendo muchas las anécdotas que se cuentan sobre el particular.

Las experiencias vividas que motivan la generalidad de esas anécdotas son tan variadas como los sectores sociales y singulares personas que las cuentan. La queja más frecuente es que tal o cual funcionario, antes muy amigo o compañero de viaje en un colectivo, no devuelve llamadas o que ahora da un trato distante. En tal sentido, son cada vez más recurrentes las preguntas: ¿Por qué la gente tiende a asumir un cambio de actitud, de lenguaje corporal y hasta de vestimenta cuando ocupa una posición de poder en la esfera de lo político o de lo económico? ¿Es que, en lo personal, el ser humano es incapaz de trascender la levedad y a veces brevedad del poder? Esas preguntas nos remiten de inmediato a la discusión sobre la naturaleza humana.

Desde sus particulares perspectivas, pensadores del talante de Fromm, Rousseau, Freud, Marx, Weber, Kelsen, entre otros, han profundizado bastante sobre ese tema, situándolo como eje transversal en sus estudios del poder en términos político, social y personal. Los cito solo como referencias para aquellos que quieran ahondar en el conocimiento esas transformaciones, comportamientos y actitudes de algunas personas cuando asumen algunas formas de poder. Los cambios políticos, generalmente, originan que no pocos de sus beneficiarios lo primero que hacen es cambiar de casa, de barrios, de amigos y hasta de pareja, además de sus trapos viejos. Como si de improviso despertasen los demonios que dentro de ellos aparentemente dormían.

El nuevo ambiente político se convierte en la garantía de ese poder personal recién adquirido, de esa revalorización/enajenación de su yo. Esa circunstancia determinaría que los comportamientos individuales, producidos por la nueva situación político/social tiendan a devenir un comportamiento colectivo, que generalmente dan paso a la aparición de las más diversas y peligrosas expresiones de intolerancia hacia todo aquel que amenace ese nuevo orden que en cierta medida se convierte en garantista. En ese caso el poder político/personal manifiesta una acusada propensión hacia el irrespeto a las normas, a la inexistencia de un régimen de consecuencias. Pienso que el paso del PLD por el poder puede servir de punto de reflexión sobre la consistencia de este aserto.

En nuestra cultura política es recurrente la expresión: el poder es para usarlo y solo para los “nuestros”, los ejemplos sobran. Cuando eso sucede, se crean las condiciones para que se expresen tendencias a no reconocer derechos fundamentales, sobre todo del derecho al trabajo, planteándose la cuestión sobre si los gobiernos, motu proprio, se avienen al respeto de esos derechos o si es la acción colectiva la encargada a poner en su sitio los demonios que desata el poder. Como Kelsen, me inclino por esto último.

Muchos funciona- rios lo primero que hacen es cambiar de casa, de amigos y hasta de pareja

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