Del Proyecto de un Instituto al Ministerio de Cultura, 56 años después…

Del Proyecto de un Instituto al Ministerio de Cultura, 56 años después…

Tirso Mejía-Ricart

A raíz del derrocamiento de la tiranía trujillista, planteé por la prensa (El Caribe, 13 de enero 1961), hace ya más de 56 años, la necesidad de establecer un instituto autónomo que asumiera el desarrollo de una política cultural nacional a partir de las instituciones entonces existentes, con la infraestructura física del entonces recién desaparecido Partido Dominicano de Trujillo, que tuviera presencia real en todo el país y no solo en la capital de la República.
En el año 1970, a través de la Universidad de Santo Domingo, de la que fui por casi diez años alto funcionario; formulé nueva vez el anteproyecto, el que abortó, por la propuesta del entonces Presidente Dr. Joaquín Balaguer, que planteó más bien una especie de academia; con personas notables sin funciones ni fuentes de recursos específicos, a lo que yo me opuse, y la cosa ni pasó de allí.
En 1978, tras asumir el PRD el gobierno de la República, tuve una nueva iniciativa de creación del Instituto Nacional de Cultura, muy detallada, que avanzó notablemente, pero ésto despertó aspiraciones de sacarle provecho político y convertirlo en un aparato burocrático como Secretaría de Estado, a lo que me opuse también, por temor a que los recursos disponibles se malgastasen en cargos y actividades intrascendentes.
Dichas diferencias se mantuvieron después del 1986, al retornar Balaguer al gobierno entre los partidarios de un Instituto coordinador y difusor de la cultura a nivel nacional y los que apuntaron a una Secretaría de Estado para poco más que el figureo y el control burocrático, durante el cual un director de la Biblioteca Nacional llegó a decir que “ya Balaguer construyó la infraestructura cultural del país”; a lo que tuve que replicarle que “no es lo mismo la infraestructura material de la superestructura cultural nacional, que una real infraestructura que funcione en todo el país”, al tiempo que insistí en la necesidad de un Instituto y no de una Secretaría de Estado.
Andando el tiempo, en el año 2000, se aprobó definitivamente la Secretaría de Estado, y como tal tuvo sus momentos de gloria; pero pronto devino como me temía en una maquinaria burocrática que ha ido absorbiendo el presupuesto de los organismos que aglutinó para puestos y actividades intrascendentes que no pasan de una feria del Libro declinante y alguna actividad regional anual, con la excepción del Archivo General de la Nación que sí está vigente aun más que antes.
Las actividades que antes se agrupaban en la en la Dirección General de Bellas Artes, el Teatro Nacional y todos los Museos se han convertido en letra muerta y edificios espectrales sin recursos, a excepción de una que otra función financiada por entidades privadas y la cultura popular. Las casas de cultura municipales no existen. Ese es el destino que hoy depara a casi todas las instituciones nacionales, hasta que una nueva coyuntura las haga realidad…

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