Del Quijote europeo al Macondo caribeño

Del Quijote europeo al Macondo caribeño

Alrededor del año 1450 de la era cristiana, surge de las manos de Johann Gutenberg en Alemania, la imprenta moderna, invento que tendría un enorme impacto acelerador para la cultura occidental. La edición, publicación y circulación de libros sirvió de fuente dinámica divulgadora de información que habría de cambiar el comportamiento de millones de personas en un corto tiempo. El uso de la Internet, la computadora personal, el teléfono inteligente y las redes sociales a finales de la centuria pasada y lo que va de milenio han convertido las distancias intercontinentales de comunicación en breves espacios virtuales de tiempo. Hoy podemos darnos el lujo de viajar por el mundo sin movernos de una butaca, para entrar en comunicación inmediata con intelectuales de épocas y lugares distintos como lo fueron Miguel de Cervantes Saavedra, nacido en Alcalá de Henares, España en 1547, y Gabriel García Márquez alumbrado en 1927 en una zona caribeña de Colombia.
Extraigo del capítulo I de “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha”, publicado el 16 de enero de 1605, este fragmento: “En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo lo que leía en los libros, así de encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo”.
Saltemos ahora al mes de mayo de 1967 cuando se publica en Buenos Aires, Argentina, la novela “Cien años de soledad”, del laureado premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. Selecciono una porción del primer capítulo de esa obra: “Los niños habían de recordar la augusta solemnidad con que su padre se sentó a la cabecera de la mesa, temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y por el encono de su imaginación, y les reveló su descubrimiento: La tierra es redonda como una naranja. Úrsula perdió la paciencia. <<Si has de volverte loco, vuélvete tú solo>>, gritó. <<Pero no trates de inculcar a los niños tus ideas de gitano>>. José Arcadio Buendía, impasible, no se dejó amedrentar por la desesperación de su mujer, que en un rapto de cólera le destrozó el astrolabio contra el suelo. Construyó otro, reunió en un cuartito a los hombres del pueblo y les demostró, con teorías que para todos resultaban incomprensibles, la posibilidad de regresar al punto de partida navegando siempre hacia el Oriente. Toda la aldea estaba convencida de que José Arcadio Buendía había perdido el juicio, cuando llegó Melquíades a poner las cosas en su punto. Exaltó en público la inteligencia de aquel hombre que por especulación astronómica había construido una teoría ya comprobada en la práctica, aunque desconocida hasta entonces en Macondo, y como una prueba de su admiración le hizo un regalo que había de ejercer una influencia terminante en el futuro de la aldea: un laboratorio de alquimia”. Distanciados tres siglos y medio, la fantasía y el realismo mágico se mezclan. ¿Será la República Dominicana otro Macondo con Quijotes y muchos Sanchos?

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