Del resbalador a la tachuela silenciosa

Del resbalador a la tachuela silenciosa

En realidad sucedió en orden inverso. Comenzamos por la “tachuela muda”  o “silenciosa” y fuimos a caer en el “resbalador”.

Observé que al mover las sillas del comedor chirriaban de manera desagradable. Pensé  que había que tomar alguna medida porque, mover cinco o seis sillas a la vez, de madera dura y pesada, era una “obertura” que no encajaba con el aprecio a los comensales navideños ni de ninguna otra temporada.

Varios días después estuve en la plaza Haché, donde se encuentra una sucursal del Banco de Reservas, prolongación de la avenida Independencia, Kilómetro 7½, de esta ciudad. Realicé en breve término lo que me había llevado hasta allí, y aproveché para entrar a la ferretería de al lado del Banco. No di detalles de lo que quería, sino que hablé directamente de “tachuelas mudas” o “tachuelas silenciosas” (anti – ruidos). Eloísa, “Fiscal de la Casa”, había dicho que ese mobiliario es un juego de comedor “importado”, e importante, agregué yo. Lo que no sabíamos es si se trata de cedro, de ébano o de alguna otra madera  preciosa y costosa, por lo cual ya podíamos darnos el pisto de poseer esos efectos de importación.

El empleado de la ferretería Haché que me atendía, tras pedirle lo que buscaba, acudió a una de las góndolas del establecimiento y me dijo: ¿Es esto lo que usted está buscando?

– Eso mismo quiero.

Él me mostraba una pieza de material plástico, cabeza redonda, color blanco, con un clavito en el centro.

Le pedí dos docenas y dos o tres piezas más, por si alguna se perdiere o por si la madera –testaruda  rechazare la penetración del inofensivo clavito.

El empleado sentenció: No  fue como usted dijo. Esto se llama “resbalador”.

Vea usted como son las cosas. Iba yo con mi costumbre de nominar: “tachuela sorda” o “silenciosa” para no fallar con adjetivaciones o metaforizando al amparo de los recursos que el idioma ofrece a los hablantes para la comunicación entre emisores y perceptores de mensajes, para lograr el intercambio de ideas. El dependiente me dio una lección. Ahora me preocupa este tema, sinceramente: ¿Sigo bautizando cosas a medio talle y a diestra o siniestra?

¿O me someto a explicar lo que deseo? Porque el empleado ha tenido acceso a ese nombre, antes de las elucubraciones.

De esta o de otra suerte, el empleado, sin saberlo, me dio una lección. Quizás él mismo aprendió algo acerca del manejo, sin darse cuenta, del fenómeno del intercambio del lenguaje.

En lo que a mí corresponde: ¡Valga el resbalón!   

Publicaciones Relacionadas

Más leídas