Del servicio (?) al cliente

<p>Del servicio (?) al cliente</p>

DONALD GUERRERO MARTÍNEZ
Cada día hay alguna señal de la desprotección en que se vive aquí, ante la necesidad o conveniencia de utilizar la prestación de cualesquiera servicios.

La primera señal, por tanto la más importante, proviene del gobierno. Es sensible sólo para lo que interese al Poder Ejecutivo. Sus subalternos han aprendido la lección y son sus “discípulos aventajados”. En los cargos que les confían se convierten en “dueños y señores”. Aparentan tenerlos como una parcela de la reforma agraria que les haya sido asignada en administración, dirección etc. Así dueños y señores, que nadie se queje, desapruebe o disienta de algo, a menos que quiera ser tenido como intruso o irrespetuoso.

Prevalidos de la insensibilidad del Poder Ejecutivo, hoy incurre éste, después aquél, en acciones odiosas que por lo mismo le hacen más mal que bien al gobierno. Es el caso, por ejemplo, de Industria y Comercio con los combustibles. Personas vinculadas desde hace años a su distribución y comercialización, afirman que el titular que esa cartera abusa del cargo. Lo dicen, y para el funcionario será como los mocanos ver llover. La dejan caer.

 Un ejemplo, elocuente si se quiere, de la desprotección aludida, lo es el denominado servicio al cliente en algunos bancos comerciales. Desconozco si la superintendencia de Bancos está al tanto de la situación, pues pienso que puede intervenir para enmendar la anomalía.

Ruddy González, periodista de amplia experiencia, ha contado hace poco sus peripecias cada vez que se interesa en los estados de sus tarjetas de crédito. Ha pasado sinsabores una y otra vez. Debe resignarse a seguir pasándolos, pues aunque es obligación de los bancos enviar los estados de cuenta al cliente, a menos que se le solicite lo contrario, algunos bancos no los envían, y ya. Ruddy pregunta si se trata de un mal servicio o de un buen negocio. Creo lo segundo. A falta de pago puntual, su cuenta queda debitada automáticamente con intereses; además, el banco ahorra gastos de envío, otra ganancia.

Manejo desde hace varios años una tarjeta con crédito modesto en pesos y en dólares. He decidido usarla poco. A menos uso, menos brega. Hace más de dos años que no recibo un estado de cuenta. Voy, pues, cada mes a buscar la información que necesito. Por suerte, casi siempre me atiende una joven con buena educación que es, como su nombre la describe, un jazmín. Una flor. En abril 2006 consumí en un hotel de Miami una suma inferior a la tercera parte del crédito en dólares. Presentada la noche víspera del regreso, en vuelo de las ocho de la mañana, no fue aceptada. La computadora reportó un saldo disponible menor a 500 dólares. Pude resolverlo, porque estaba en una ciudad en donde “cualquiera tiene un primo o un compadre”.

Vuelto a casa, visité al departamento bancario correspondiente, sólo para quejarme. Imposible reclamar, en un caso como ese, en un país en el cual, desde 1492, el ministerio público se ocupa solo de rateros.

Relato que en el mismo banco comencé a operar una cuenta corriente, también modesta, que se nutre con los ingresos que percibo como jubilado del Bancentral. La cuenta no ha podido ser conciliada nunca, porque el banco comenzó a fallar, desde el primer momento, en su obligación de enviarme los estados de cuenta.

Le digo al amigo lector, que en febrero 2006, luego de varias reclamaciones infructuosas formuladas en el departamento del mentado servicio al cliente, le notifiqué al banco mediante carta su incumplimiento durante el período enero-noviembre 2005. Poco después comencé a recibir estados que totalizaron siete. Los cinco restantes imagino que se los tragó la negligencia de alguien.

Si el amigo lector quiere, tome nota de que del 2006 he recibido solamente cinco estados de cuenta. No menciono el 2007, a pesar de que ya debió llegarme uno. No se crea que en el caso hay una masoquista lealtad absurda a un banco del cual no se está satisfecho. Es que pujo abajo unos pocos miles de los hediondos, solamente.

Muchos recordamos a Juan cantar “Cuando yo te olvide/, que quizás sea pronto/, porque nada impide/, que el amor se canse de tanto esperar…”

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