Del tope a la realidad

Del tope a la realidad

PEDRO GIL ITURBIDES
No, el Fondo Monetario Internacional (FMI) no se opone a la construcción del tren subterráneo. Recomienda el organismo multilateral que los niveles de inversión pública para el año 2005 no excedan la suma de treinta y ocho mil millones. La primera etapa del metro costaría alrededor de nueve mil millones si no se le pega un periquito. Los periquitos, empero, son parte inherente a las construcciones. Por tanto, sin el periquito, todavía puede hablarse de un remanente de veintinueve mil millones. Vale recordar, además,  que el total del valor se prorratea a tres años, tiempo estimado para su conclusión.

En consecuencia, el tren subterráneo va, ¡aunque se caiga el cielo! Nadie en sus cabales se opone a esta expresión de la modernidad. Lo que argumentamos es extemporaneidad. Objetamos la dedicación en los actuales momentos de los que, pese a su cuantía nominal, son magros fondos del Estado. Y en lo personal, pienso en las alternativas posibles de la inversión pública. Ni siquiera esgrimo las prioridades, sino las alternativas.

Sectores poblacionales de Santiago de los Caballeros sufren afecciones respiratorias y epidérmicas por los efectos contaminantes del basurero de Rafey. Moderno pero abandonado luce en la Provincia Santo Domingo el Aeropuerto Internacional Joaquín Balaguer. No se ha logrado para éste, una certificación de la Organización Internacional de Aviación Civil, debido a su ubicación. Este factor determina que las empresas aseguradores y reaseguradoras se abstengan de expedir pólizas por riesgos propios del negocio.

Los problemas de Santiago de los Caballeros y del nuevo Aeropuerto cercano a la capital de la República, pueden resolverse con la quinta parte de la inversión requerible por el metro. Y los efectos serían doblemente beneficiosos. Para los santiaguenses, concluirían las amenazas a la salud y al ambiente, que derivan de un vertedero a cielo abierto. Con ello se agilizaría el proceso de recolección de basura, mejorando el ornato público y dando mayor calidad de vida a las gentes. En el caso del Aeropuerto, se pondría a producir una obra en la que el Gobierno Dominicano invirtió cerca de dos mil millones de pesos.

Una incineradora de desechos sólidos/generadora de electricidad tiene un costo equivalente al 8% de la inversión de la primera etapa del tren subterráneo. Su existencia permitiría reorientar la cultura del dominicano respecto a la disposición de desperdicios sólidos en sus orígenes. Haría viable el surgimiento de pequeños empresarios del ramo, prestadores de servicios intermedios para el procesamiento de basura. El principal subproducto de una planta del tipo cuyo valor enuncio, sería la producción  de veinte megavatios de electricidad. Pero en menor escala podría obtenerse carbón activado.

Las alternativas no concluyen en cuatro o cinco incineradoras repartidas en jurisdicciones municipales con producción de desperdicios sólidos sobre mil toneladas diarias. Con nueve mil millones podrían erigirse muchas obras de infraestructura, en comunidades del país que las precisan. Su erección permitiría la prestación de los subsecuentes servicios sociales ofrecidos a las gentes.

Entre varias otras posibilidades, pienso en la inversión indirecta impulsando al sector productivo de bienes primarios de consumo, y al de transformación. A través del apoyo financiero con intereses blandos a pequeñas y medianas empresas, puede estimularse la economía. Gran cantidad de empresas industriales y comerciales, chicas y grandes, quebraron en los últimos dos años. Restaurar la confianza de quienes vieron destruidos sus esfuerzos requiere algo más que discursos bonitos. Para impulsar el resurgimiento se impone establecer líneas de favorables fuentes de financiamiento.

En países como el nuestro, con endeble ahorro doméstico, el ahorro público es la puerta más idónea para que penetre la luz del crecimiento. Utilizados con sentido práctico y disposición desarrollista, trescientos veintisiete millones dan para que esa luz ilumine los caminos de la gente de trabajo. Y luego, aplastado el desequilibrio, podremos embarcarnos en hacer un tren subterráneo para montar pasajeros. Y subsidiarlo con la largueza que es característica en nuestros gobiernos. Pero ahora, la realidad pide otras cosas.

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