DEL TRAZO AL SIGNO SEMBRADORES EN EL SONIDO DE LA ALEGRÍA

DEL TRAZO AL SIGNO SEMBRADORES EN EL SONIDO DE LA ALEGRÍA

Sentado en la cafetería Palacio de la Esquizofrenia del Hotel Conde frente al parque Colón, conversando con mi amigo Marcos Manzueta a propósito de mi exposición en su Galería de arte “María del Carmen”, pensé en la plaza María deToledo, en la antigua Galería de
arte “Rosa María” y en todas las Marías que
tienen como fundamento un origen común en
las religiones y culturas judeo-cristianas.

Le expresaba a Marcos algo que me llegó a la memoria visual sobre mis vivencias en la Zona Colonial de Santo Domingo y le reiteraba que crecer en una ciudad es despojarla lentamente de los velos que la cubren; es como escribir una novela donde el gran personaje es la ciudad.
De pronto mi corazón dio un brinco y pensé en el famoso cuadro de Rembrandt titulado “El regreso del hijo pródigo”, el cual se conserva en el Museo del Hemitage, de Moscú, Rusia; pensé “volver a casa”, lo cual significaba para mí volver a caminar por la Ciudad Romántica del Dr. Balaguer; caminar paso a paso hacia un regreso espiritual que me llevó a mi primera exposición en la Galería Auffart en 1978, donde utilicé como tema central paisajes urbanos de la Ciudad Colonial, y al Voluntariado del Museo de las Casas Reales en 1984, donde traté el tema de los “Sembradores sobre la tierra dormida”.
Ya los Sembradores no duermen velas sobre la tierra dormida, sino que, entrecruzados en el espíritu del merengue, sienten el olor de los cueros de las tamboras y el ritmo melódico del bandoneón (acordeón) combinado armónicamente en la estridencia de la güira para producir sensualmente en los sembradores el sonido de la alegría.
Si nos retrotraemos al final del primer párrafo, podemos ver claro que un buen ejemplo lo fue “La ciudad y el amor”, exhibición que se realizó en el Museo de Arte Moderno del 5 de marzo al 15 de abril de 1997 con motivo de los 500 años de la fundación de la ciudad de Santo Domingo, donde expuse dibujos y una pintura con “Imágenes de la ciudad colonial” y se puso a circular el libro de poesía de los poetas Lupo Hernández Rueda, Tomas Castro, Tony Raful y Marcio Veloz Maggiolo.
He deambulado por los comedores del parque Colón hasta llegar a la antigua “Carreta”, del actor Rafael Añez Bergés, que estaba situada en un corredor del lateral sur de la Catedral Primada de América y más al sur estaba el taller de mi amigo Vicente Pimentel que también era una visita obligada. En “La Carreta” pude ver allí una noche la obra de teatro Calígula protagonizada por nuestro amigo y poeta nacional don Pedro Mir.
Además, disfrutaba de los martes de la poesía que se realizaban en Casa de Teatro de Freddy Ginebra, dirigidos por el poeta y amigo Alexis Gómez Rosa.
En Casa de Teatro conocí a don Mario Vargas Llosa antes de ser Premio Nobel de Literatura; y luego me encontraba con él en librerías de Coral Gables en Miami Estados Unidos. También nos veíamos en las Feria de Arte como “Art Miami” que se abrían en Miami Beach Convention Center.
Allí compartíamos diversas exposiciones de arte, sobre todo latinoamericano junto al excelente pintor y amigo don Fernando de Szyslo, a quien conocí en el instituto Latinoamericano de Roma, y todavía conservo un libro que me regaló del poeta Rainer María Rilke titulado Cartas sobre Cézanne. De Szyslo fue uno de los más destacados artistas de vanguardia del Perú y una figura clave en el desarrollo del arte abstracto de AméricaLatina. Cuando expusieron sus obras en el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo, escribí un artículo sobre las mismas para uno de los periódicos locales.Además, compartí varias de sus exposiciones que hacía todos los años en la Galería de arte de Marta Gutiérrez. Allí intercambiábamos opiniones con don Mario Vargas Llosa, el buen amigo Armando Álvarez Bravo (crítico de arte del Nuevo Herald), Luis Lastra, Agustín Fernández, el crítico Ricardo Pau-Llosa, Abil Peralta Agüero (crítico), el escultor cubano Cárdenas y el pintor y escultor Enrique Gay García, a quien conocí en Israel en un encuentro internacional de arte y por él llegué a Miami por primera vez.
Otras de las cosas que recuerdo es cuando llevaba mis estudiantes de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) a dibujar diversas fachadas de la Zona Colonial como ejercicios de percepción visual estudiando la escala humana con las edificaciones y para que aprendieran a ver detalles como la Casa del Cordón, gárgolas, relieves de argamasa que en lo alto de los muros imitaban pilastras, nichos, medallones y la belleza de los arcos ciegos. Todos detalles que identifican estilos arquitectónicos de diversas épocas.
Así, algo que no olvido son esos suculentos desayunos que hacía con mi amigo y hermano César Miguel, quien por amor no solo abandonó el Ensanche Piantini para mudarse en la Zona Colonial, sino que también montó su oficina y sueña con hacer un Museo Folclórico para destacar el carnaval dominicano en esta Zona de Bartolomé Colón, primer alcalde de la Ciudad Colonial.
Otro personaje de la Zona lo fue el Dr. Oscar Moreno, con quien compartía y ya no está entre nosotros, científico graduado de la universidad de Berkeley quien siempre organizaba una exposición acompañado de pintores, poetas y escritores los días 12 de octubre en su casa ubicada en la Plaza María de Toledo Núm. 1, justo al frente del Panteón Nacional, para celebrar el día de la raza o encuentro de dos mundos.
También vivió en la zona el profesor y etnomusicólogo Fradique Lizardo Barinas, a quien conocí en San Cristóbal cuando yo era muy joven en la Ave. Constitución próximo al Parque Piedras Vivas. Con Fradique me unía un vínculo casi familiar y cuando regresaba de sus viajes me traía buenos libros de arte que todavía conservo, hice dibujos de coreografía para sus libros y tomé el primer curso de africanista que impartió en el Museo del Hombre Dominicano. Además, fue un enamorado de la Zona Colonial y se mudó frente a las Ruinas de San Francisco donde pasó los últimos años de su vida.
En los años setenta se mudó la escuela de Artes Plásticas del Palacio de Bellas Artes, ubicada en la avenida MáximoGómez, al Palacio de Borgellá en la Zona Colonial, ubicado en la Isabel la Católica frente al Parque Colón y cuyo primer director fue el maestro y amigo Guillo Pérez.
El Palacio de Borgellá (antigua casa de Diego de Herrera) es una vivienda del siglo XVI, que fue habitada por el escribano Diego de Herrera, importante personaje de la colonia española.Sabemos que la galería frontal le fue añadida durante la ocupación haitiana de 1822-1844 por el gobernador haitiano Maximiliano Gerónimo Borgellá. En 1863 fue asiento de la Real Audiencia durante la anexión a España, ha sido sede del Tribunal de Justicia y del Senado de la República.
En este edificio recibí clases de diversos profesores como José Ramírez Conde (de pintura al fresco para murales), de la gran poetisa doña Aida Cartagena Portalatín (quien impartía historia del arte pre-colombino, quien no solo cerraba los ojos para hablar, sino que parecía una clase de budismo) y del excelente arquitecto don Eugenio Pérez Montás (quien impartía Historia del Arte. A este último le hice dibujos a pluma para ilustrar su libro de Casas coloniales, que lleva prólogo de Rosa María Vicioso de Mayol, que fue directora del Patronato del Voluntariado de las Casas Reales.
En la Zona conocí al brillante historiador don Emilio Rodríguez Demorizi autor del libro Pintura y escultura en Santo Domingo por encargo de don Juan Bosch, quien me enviaba a buscarle libros a su casa en la calle Mercedes frente a la Iglesia del mismo nombre. Allí pude apreciar su interesante biblioteca y, como yo deambulaba por la ciudad dibujando y pintando acuarelas como un buen funámbulo, le mostraba mis dibujos y acuarelas, así como lo hacía con mi maestro Jaime Colson y don Juan Bosch. Así empezó una gran amistad que se extendió en intercambios y sugerencias de textos y libros y que siempre llevaba un saludo afectuoso para mi padre, el Dr. Ramón Andrés Blanco Fernández.
En su casa conocí a su sobrino Tony López Rodríguez, quien era muy amigo del maestro Jaime Colson; y fue entonces cuando me enteré de que en sus viajes a París, Francia,llevaba cartas y cuadros de Colson a su esposa la pintora japonesa Toyo Kurimoto quien vivía en el pueblo de Salins les Bains en el Jura-Alpes Franceses.

En la Atarazana estaba la “Galería Nader”, donde conocí a Don Roberto Nader con quien hice una gran amistad y mi primer contrato de arte. Recuerdo que los sábados por la tarde siempre estaba rodeado de su familia, él siempre tenía un periódico en las manos y miraba por encima de los espejuelos. Por allí desfilaban algunos amantes del arte como don Juan José Bellapart, Pedrito Haché e Isaac Rudman, entre otros; y pintores como Ramón Oviedo, Domingo Liz, Carlos Hidalgo, Hilario Rodríguez y Cándido Bidó. Con el tiempo, después de la muerte de don Roberto en el espacio de la Galería George Nader creo Bachata rosa junto a Juan Luis Guerra, para quien pinté un tope de mesa con el tema de “Ojalá que llueva café”.
Al lado de Nader, más al este, estaba la Galería de don Antonio Prats Ventós, que llevaba el nombre de su esposa “Rosa María”.
En fin, sabemos que el tiempo es el acto, la vida misma en su plenitud; y nada tiene valor sin amor. Por esa razón he querido recoger con humildad en este texto, la memoria de los días que se pierden para siempre. Además de pedirle excusas al lector porque mi intención no solo fue hablar de lo que yo hago con mi arte, sino de hacer un mapa para ilustrar a los jóvenes sobre algo que casi se borra en mi memoria y esta vez no lo quería perder, porque sabemos que, si se pinta una cosa u objeto como es, se tendrán dos cosas, pero no una pintura.

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