Delincuencias: la común y la organizada

Delincuencias: la común y la organizada

Algunos podrían decir que la violencia es el signo que ha marcado desde la prehistoria a esta tierra que habitamos. Nos hemos estado agrediendo los de la misma nacionalidad y, en los recreos, nos hemos enfrentado a los invasores de diferentes razas y etnias. En los años recientes resulta dramático comprobar con qué velocidad la violencia no convencional ha tomado el lugar que las dictaduras, las invasiones y las guerras civiles habían ocupado antes.

A diario las primeras páginas de los periódicos citan homicidios, robos, extorsiones, violaciones, violencia familiar, secuestros y delitos relacionados con las drogas. La inseguridad ciudadana ha llegado a los extremos que, hasta las casas de los pobres, parecen jaulas a juzgar por la cantidad de rejas que colocan como inútil forma de protección. Entre los dominicanos el recurso de la violencia se ha convertido en el medio más frecuentemente utilizado para resolver todo tipo de problemas. Ya sea por una estéril discusión en un centro cervecero o por el reclamo de un estacionamiento automovilístico, todo se resuelve pistola o cuchillo en mano. Que la pobreza creciente aumenta la violencia social, no tiene sombra de duda. Los expulsados del sistema económico no toleran ya que en una economía mejorada globalmente no haya habido mejora individual, sino concentración de ingresos y de riqueza para unos pocos. Menos aún pueden admitir que los políticos, quienes sólo han sabido doblar el lomo para humillarse, anden exhibiendo riquezas que todos saben son producto de la corrupción y de la impunidad que ella lleva consigo.

Sin embargo y a pesar de la miseria, en América Latina, la violencia común constituye en primera instancia una actividad de supervivencia. Ya sea arrebatando un teléfono celular en medio de una avenida o arrancando la cadena que pende del cuello de una mujer indefensa, el delincuente común mantiene un patrón espontáneo de comportamiento dependiendo de sus necesidades impostergables. El efecto tremendamente negativo de la exhibición y banalización de la violencia en la televisión y otros medios, al tiempo que se ensalza la delincuencia como algo carismático y entretenido, contribuye a agudizar el problema en la sociedad. Producto de ese manejo trivial de la violencia, el perfil del delincuente dominicano ha cambiado en los últimos años. Ahora se enganchan en el crimen y el robo a edades mucho más tempranas y, producto de la modernidad, están más profesionalizados y con mejor armamento letal.

Por su parte, los delitos no convencionales se refieren a tráfico de drogas, trasiego internacional de seres humanos, así como comercio ilícito de armas y fraudes financieros. Su motivación básica consiste en la ganancia y no se debe a una cultura o etnia determinada. Por ejemplo, en nuestro país los secuestros se han transformado en una simple actividad económica cumplidora de las leyes del capitalismo: un mínimo de inversión y riesgo tras un máximo de beneficios. Cada día que pasa, el rescate exigido por los delincuentes se vuelve más pequeño en cantidad. Tanto así se ha «popularizado» este delito que incluso ha habido plagios de personas de medianos ingresos cuya retención como rehén apenas dura unas cuantas horas. Ahora son más las veces en que los secuestradores se conforman con tan sólo una parte reducida de lo pretendido originalmente. Algunos han llegado al extremo de establecer pagos a plazos cortos exigiendo la firma de pagarés. Ésta popularización de los secuestros nos permite suponer que el negocio está en manos de profesionales expertos. Esas acciones deben estar siendo cometidas por bandas organizadas con eficientes servicios de espionaje, vehículos, escondites y facilidades para la elaboración de documentos falsos. Sólo les faltan los anuncios por televisión para promoverse. Pero además, también nos hace pensar que esas personas tienen la impunidad garantizada no importa cuál sea el resultado del plagio humano. Ninguna otra cosa puede pensarse cuando el tiempo, la identidad del delincuente y el riesgo son aparentemente despreciados por los malandros. Ayuda al negocio del crimen el que muchos delitos ni siquiera son denunciados a la policía. Muchos de los agraviados temen más a las autoridades donde se estima que una considerable parte de sus miembros están involucrados con la delincuencia.

Todo parece indicar que el delito no convencional vino para quedarse y desplazar a la infracción común. Lo triste del caso es que las autoridades supuestas a perseguir a los criminales siempre tienen una excusa a mano para justificar el bajo cumplimiento de las responsabilidades que tienen asignadas. Y siendo ese el caso, lo que se está provocando es que cada ciudadano se haga la justicia a la medida de sus padeceres y el excesivo armamento en manos de la ciudadanía encuentre la justificación que necesitaba.

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