Mientras la Policía está ocupada en su labor, que criticablemente a veces incluye disparar contra supuestos delincuentes reducidos a la obediencia para consumar ejecuciones extrajudiciales que alarman tanto como el ejercicio de los homicidas civiles, impunes delincuentes llaman telefónicamente con toda libertad desde la cárcel para amenazar a la ya severamente lesionada familia de la ingeniera Francina Hungría que hoy se aferra desesperada a la posibilidad de recuperar siquiera la visión del ojo izquierdo.
Se trata de un viejo fracaso de los guardianes de la ley: no han bloqueado la comunicación por celulares entre la población carcelaria y el mundo exterior. Por ello, los pejes gordos de la criminalidad diseñan y ordenan, generalmente con éxito, múltiples asaltos y estafas que encargan a sus socios y subalternos en libertad.
Si la Policía Nacional va a cumplir como es su obligación, las instrucciones de su comandante en jefe, el Presidente Danilo Medina, en el sentido de lograr que el país transcurra en una Navidad tranquila y sin incidentes, tiene que ceñirse al respeto absoluto a la vida humana; y tiene también que interponerse en los nexos entre los cabecillas de la delincuencia presos y sus seguidores malignos que por doquier están. Las autoridades del anterior cuadrienio estaban conscientes de que eso debe lograrse. Prometieron comprar equipos de bloqueo electrónico pero no cumplieron.
En respaldo a la puesta en orden
Si la intención era poner escena en uno de los peores lugares del caos urbano, la esquina formada por la avenida 27 de Febrero y la calle Isabel Aguiar fue una buena elección para iniciar una cruzada por la reorganización del tránsito en el Gran Santo Domingo, como hicieron antier autoridades de Amet, transportistas y dirigentes municipales. Ahora bien: la conducta infractora de las normas sobre estacionamiento y circulación por las vías está generalizada a todos los niveles. Una simple ojeada sobre muchos conductores de diversas clases sociales, incluyendo a los de vehículos lujosos, permite describir a Santo Domingo como una jungla de asfalto. Por las principales avenidas, por zonas de primera y por todos lados, las reglas de tránsito son violadas continuamente. Y en verdad, la ley de tránsito es una norma para la convivencia. Irrespetarla no es mera infracción; es además una agresión a la gente respetuosa, que son mayoría.