Demasiada tensión

Demasiada tensión

COSETTE ALVAREZ
Aun sin salir del espanto causado por el escándalo del albergue de Boca de Yuma, sin haberle dedicado suficiente atención al extraño manejo oficial, tan poco profesional, del caso de los Hogares Luby, nos llega el horror de la espeluznante historia sobre la joven pareja, primero desaparecida y luego aparecida en condiciones más que lamentables, más la muerte a puñaladas, previa violación, de la adolescente en Boca Chica. En estos dos últimos casos, ¿notaron lo mal paradas que quedaron las víctimas? El caso de Hainamosa es tan escabroso que no hay por donde entrarle. Sobre eso, la verdad, yo no quisiera leer ni oír más nada, máxime con las no pocas sorpresas que nos esperan sobre los casos anteriores, que puede tumbar a tantos santos de sus altares o, peor, darnos otra decepción de ésas que sólo nuestro sistema judicial sabe darnos.

En lo de la niña es difícil asimilar la declaración del tío en cuanto a su comportamiento, su estilo de vida, como si los padres o tutores fueran impotentes, limitados en su autoridad para educar y poner reglas a una menor, y si duro resulta el hecho en sí, mucho más duro resulta escuchar a un pariente cercano expresarse de forma tal que parecería estar diciendo que la joven se lo buscó, que casi merecía morir de esa manera. ¡Qué irresponsable! Y ojalá solamente sea eso.

Es una cadena de violencia que no sabemos adonde nos llevará. De momento, llegamos al punto de sentir asco de nosotros mismos como sociedad, como nación. Se ha ido demasiado lejos el nunca bien ponderado principio de las aseguradoras y sus abogados, más adelante muy bien aprovechado por la Policía al instituir los intercambios de disparos: el culpable es el muerto.

Maltratar no es un derecho. Abusar no es un derecho. Violar no es un derecho. Matar no es un derecho. Por mala que haya sido la víctima en su vida, nadie tenía derecho de quitársela y, no conforme, desacreditarla. Nada que haga una persona, por mal hecho que esté, supera la maldad de un asesinato, mucho menos con tanta saña.

¿De dónde han salido tantos matones? Y eso no es nada: grave es la cantidad de aspirantes a serlo. En estos días, en medio de un tapón en la Winston Churchill, un aletargado agente de AMET sacó su pistola para disparar a un motorista que lo espantó porque le pasó muy cerca, velozmente. ¿Por qué los agentes de AMET portan armas de fuego? Me siento a escribir para botar un poco de tensión, porque acabo de recibir una amenaza de ser «cocinada» por un trabajador de una empresa contratista de Edesur, si de casualidad lo cancelaban en caso de que yo me quejara porque estacionó su vehículo de trabajo en la entrada de mi marquesina. En realidad, no me quejé porque, imagínense ustedes la brega que está dando en todas partes comunicarse con la persona adecuada. Es más, la persona adecuada no existe.

Supongan que yo tuviera suerte y pudiera llevar a feliz término mi queja. Efectivamente, podrían cancelar al tipo. Pero ya esa empresa me demostró que no sabe reclutar y que no entrena a sus empleados, así que el riesgo no es solamente que el tipo me «cocine», sino que empleen a otro peor. Las empresas saben que no pierden nada por las malas acciones de su personal, así atenten contra la vida de los demás. De todos modos, la empresa se llama Delmar y el vehículo es F-37.

Los ciudadanos y las ciudadanas estamos demasiado desprotegidos. Nadie es responsable de nuestra seguridad. En nuestra vida política, económica y social, el culpable también es el muerto, si aceptamos que el ausente está muerto. En cada gobierno, el culpable de la situación es el anterior. ¡Ah! De aquí podemos inferir que si aquel maravilloso Nuevo Camino nos hubiera conducido a alguna parte, no estaríamos oyendo tantas cosas sobre el período recién pasado, sean o no ciertas.

Cuando nos vemos en peligro, no sabemos dónde acudir. Porque el otro pedacito de nuestro desamparo es la división territorial. Aquí, en el Distrito Nacional, no importa dónde vayamos, el lugar es incorrecto. A nadie le toca nada, todo queda fuera de la jurisdicción. Cuando, desesperados, decidimos molestar a los dos o tres generales que conocemos, siempre quedan en devolvernos la llamada, pero no llaman.

Recuerdo a una señora amiga que fue asaltada por un motorista en la avenida 27 de febrero con Ortega y Gasset y, mientras el ladrón la despojaba de su cadena de oro, ella logró darle una mordida. Cuando fue al destacamento policial de Naco a poner la querella, ¡oh, sorpresa! Su asaltante era nada más y nada menos que el oficial del día.

Pero tenemos la suerte parida para que nuestras autoridades emitan todos los conceptos al revés. Una vez, durante su mandato anterior, Leonel dijo que no hay pobreza sin riqueza y lo cierto es que no hay riqueza sin pobreza. Ahora dice el jefe de la policía que donde hay un ciudadano correcto no puede haber un ciudadano corrupto. De entrada, hasta me pareció bien, pero pensándolo mejor, debería ser a la inversa: si la policía fuera correcta, los ciudadanos no podrían ser corruptos.

Mientras, ahí sigue mi vecino con su bachata a todo dar, a toda hora, precisamente porque en su casa vive un policía. Mi mamá no puede dormir, mi hija no puede estudiar, yo no puedo ni respirar, y encima tengo que escucharlo decir a todo pulmón que si me vuelvo loca, él me paga el manicomio. No me atrevo a repetir sus expresiones sobre mí, ni quiero volver a contarles cómo me picoteó el patio para que su clienta, la dueña de mi casa que vive en el piso de arriba, pueda consumir de gratis el agua que yo pago.

Para mí está todo muy claro. Son católicos militantes, van a misa, son de la iglesia y cooperan con ella, están cerca de Dios y todo lo consultan con sus ministros que, si lo que no sabíamos, lo sospechábamos, últimamente han batido récords de primeras planas. No tengo la menor posibilidad de que el cura le diga que está actuando mal, porque la mala soy yo, que no voy a esa iglesia construida dentro del cinturón verde de la capital. ¿Les confieso algo? Estoy aterrorizada.

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