Demasiado tarde

Demasiado tarde

ÁNGELA PEÑA
Comenzarán a ser padres. Sabrán de la obligación de alimentar los hijos, educarlos, vestirlos. Lo que aparenta tan simple representará la más seria de las responsabilidades. No bastará  trabajar para vivir en techo digno, internar a los bebés en guarderías privadas o inscribirlos en los mejores colegios. Los niños van a enfermarse,  perder el apetito, lucir raquíticos. Entonces a la faena en la oficina se van a añadir las preocupaciones por las vacunas y las vitaminas, la boca seca en señal de deshidratación, el internamiento para ponerles suero y encontrar con dificultad su venita que los aterrorizará por sus gritos, aunque la enfermera o el doctor parezcan inconmovibles.

El tiempo fuera de la casa será un tormento, pensando en esos pequeños sin su compañía. Desconfiarán del servicio y querrán adelantar las horas para estar con ellos. Tendrán que robar tiempo a sus labores para llamar con insistencia y saber qué hacen, si les bajó la fiebre, siguen tosiendo o vomitando, si ven televisión o hacen tarea, si llegaron a tiempo del colegio, tomaron sus medicinas, si lloran o juegan, si comieron bien, si están seguros. La concentración será a veces difícil por el trasnoche quitando y poniendo un termómetro o porque del centro de karate, judo, natación, baile folclórico, manualidades, están llamando que tienen que cerrar. La escolaridad no bastará, desearán darle una educación integral, hacer que inviertan adecuadamente el tiempo libre.

Las salidas a fiestas serán dificultosas porque a veces no hay servicio ni familiar que se quede con ellos. El tiempo del amor entre casados transcurrirá entre quitar y poner pañales, hervir biberones, sacar gases tras la lactancia, visitar al pediatra. Después se espaciarán las dormidas abrazadas con la pareja o se irá ausentando la práctica sexual porque las criaturas se despiertan con pesadillas y sólo concilian el sueño entre los brazos cálidos de papá y mamá. Y si el matrimonio está roto, de mamá solamente.

La vida será un patín tras el pan de cada día, las idas y salidas de clases, los transportes a fiestecitas infantiles o “quinces”.  Luego serán los cambios problemáticos de la adolescencia y la delicadeza de los progenitores –a veces sólo de mamá- para que la personalidad del o de la ‘tennager’ se forme correctamente. Papá y mamá (o mamá sola) deberán ser todo comprensión y entrega, en pocos años vendrá la universidad, también con sus llevadas y traídas, y el adolescente tendrá que ir a  cátedra con su mente nítida.

Papá y mamá (o mamá sola) serán sólo amor, pero casi siempre con más exigencias que cariño, con más falta de respeto y consideración que afecto. Pocas veces recibirán un gesto, al menos, para agradarlos. Generalmente serán esclavos, choferes, suplidores, cocineros, fregones, lavanderos, ángeles guardianes defensores y protectores. La principal alegría de sus vidas será cuando nazcan los hijos, aunque ello represente el inicio del final de sus goces. Sus sacrificios y preocupaciones los harán odiosos ante esas personitas incomprensibles que constituyen sus únicos tormentos. Se rebelarán y hasta los maldecirán por las insistencias para el estudio o las prohibiciones a salidas y amistades que consideran perniciosas. El amor de muchos hijos llega tarde, cuando ellos ven reflejados en los suyos sus viejos comportamientos infantiles. Entonces asoma el reconocimiento a los padres que ya es póstumo, la comprensión tardía, cuando ya sólo descansaron con la muerte.

Cada cierto tiempo circula un mensaje que habla de ese tributo a la sabiduría o el sacrificio de los padres cuando ya no hay forma de reciprocarlos. Teófilo Barreiro escribió un comentario pidiendo en vida pruebas de afecto que  imaginaba querrían darle tras la muerte. Muchos hijos deberían leerlos, y evitar el cargo de conciencia que no pueden reprimir, con inconsolable llanto, en las funerarias, cuando ya es demasiado tarde.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas