Demencia callejera

Demencia callejera

No es lo mismo decir me lo contaron que narrar hechos de los cuales hemos sido testigo. Un acontecimiento visto y oído deja una huella imborrable en la memoria, digamos una lección que cambiará nuestra actitud ante sucesos similares en el futuro.

Hace más de medio siglo, cuando cursaba la enseñanza primaria y mientras regresaba a casa desde la escuela, viví una experiencia que marcó perennemente mi cerebro. Se trataba del caso de una joven que deambulaba por la carretera totalmente desprovista de vestimenta.

La reacción de la gente era mixta: los mayores la miraban con rostros abochornados, los jóvenes curioseaban la anatomía de la muchacha, en tanto que unas mujeres pedían a gritos que la vistiesen. El alcalde pedáneo la detuvo, conduciéndola al cuartel policial municipal, desde donde fue trasladada al manicomio. Eran los años cincuenta del siglo pasado, en plena vigencia de la dictadura trujillista. Sesenta años después vi una escena parecida, esta vez en la ciudad de Montecristi.

Una adulta desnuda se movía por la acera de la calle que empalma con la carretera que conduce a Dajabón. Distinto a lo sucedido en el primer caso, la dama transitaba temprano en la mañana de Corpus Christi de 2014 ante la mirada indiferente de todo el mundo. Nadie la detuvo, permitiéndole seguir la marcha sin rumbo conocido.

A menudo noto en las madrugadas a transeúntes vestidos de henequén o con bolsas plásticas, cargando corotos y envases, o arrastrando carretillas con desperdicios de basureros, deambulando por el perímetro del jardín botánico del Distrito Nacional. Estas personas aparentemente con serios trastornos mentales corren el peligro de ser atropelladas por vehículos, abusadas por gente inescrupulosa, o más comúnmente ser objeto de burlas y otras formas de maltrato.

Todo esto lo traigo a colación a raíz de una información que leí en un diario dominicano. El titular tenía el siguiente encabezado: “Enfermo mental se pasea desnudo por las calles de Barahona”. Como se ve, no es noticia nueva, es un mal de antaño que no ha encontrado una efectiva y adecuada respuesta humana.

Casi siempre se trata de individuo sin hogar, que ha desertado del entorno familiar y vive de la caridad pública, guareciéndose bajo el techo de algún samaritano, o más frecuentemente debajo de un puente, en una cueva o tirado en una esquina envuelto en sacos, cartones o ropa vieja. Se muestra andrajoso, sin asearse con muy pobre higiene personal y hambriento.

Ese drama lo he visto en el continente europeo, en los Estados Unidos, en Centro y Suramérica. Algo mundial nos debía doler a todos, sin embargo, en la realidad conmueve a pocos. Amaos los unos a los otros exige el mandato bíblico. No pretendo ser la voz que clama en el desierto, pero sigo abogando por mantener en vigencia el eslogan de campaña del presidente Danilo Medina: “Hacer lo que nunca se ha hecho”. Ha llegado la hora de la misericordia, recojamos a nuestros dementes callejeros y démosles el trato humano que merecen.

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