Demoblandas

Demoblandas

Rosario Espinal
En los años setenta, cuando en América Latina dominaban los regímenes autoritarios, a los más horrendos le llamaban dictaduras y a los menos dictablandas.
Hoy en día predominan las democracias; se eligen los gobernantes y no hay represión militar en abundancia.  Pero sería mejor llamarlas “demoblandas”.

Son democracias de baja intensidad donde no se ha fortalecido la construcción de derechos y responsabilidades ciudadanas.

En estos regímenes la corrupción sigue campante, e incluso extendida, porque los frecuentes cambios de gobierno permiten que muchos políticos y funcionarios accedan con facilidad al gobierno. Los que están siempre quieren quedarse y los que han sido expulsados o nunca han llegado hacen lo indecible por regresar o ingresar para aprovecharse.

En ese teje y maneje se desarrollan las elecciones latinoamericanas que han proliferado porque algunos demócratas piensan que con más elecciones se mejorará la democracia; mientras los políticos corruptos confían en que muchas elecciones facilitarán su ingreso o regreso al gobierno.

El auge del electoralismo, en el que coinciden inadvertidamente idealistas, activistas y pragmáticos, debe pensarse con mesura para comprender uno de los tantos escollos de la política latinoamericana.

Para utilizar un ejemplo del momento, tomemos el caso de las alianzas partidarias.

Sin disimulo ni vergüenza, y con justificaciones para adornar la proeza, los líderes del PRSC, el PRD, el PLD y partidos minoritarios discutieron alianzas electorales.  El tema central fue la distribución de cargos electivos, aunque en el cálculo también estuvo qué acompañante favorecía al PRSC hacia el 2008.

A pesar de su debilidad, el PRSC se las ingenió para asumir un papel protagónico de entrada en campaña. No escatimó esfuerzos para ser deseado por el PRD y el PLD por un supuesto caudal de votos.

Para el PRD y el PLD, además de votos, era importante producir la sensación de victoria que facilita el anuncio de una alianza. Eso aumentó desproporcionadamente la cotización de las acciones reformistas en la bolsa de valores políticos.

No hay que olvidar que un objetivo importante del PRD es mantener atemorizado al gobierno y contribuir a desgastarlo.  Para lograrlo estuvo dispuesto a ceder muchos puestos, a sabiendas de que algunos dirigentes perredeístas se molestarán al abandonar sus cargos o aspiraciones para beneficiar a los reformistas. El PLD, por su parte, busca reducir sustancialmente el poder legislativo y municipal del PRD y por eso entró en las ofertas.

A los directivos del PRSC, que buscan aumentar las posibilidades de triunfo de sus candidatos en el 2006 y oponerse al PLD con miras al premio del 2008, les pareció más rentable una alianza con el experimentado opositor PRD.

En una democracia, los partidos trabajan desde el gobierno y la oposición para impulsar programas de desarrollo económico y social e institucionalizar el Estado; promoviendo una práctica política acorde con las leyes, los estándares de eficiencia y las expectativas de bienestar de la ciudadanía.

En una demoblanda, los partidos existen para distribuirse el poder, y desde el gobierno o la oposición, reproducen las prácticas políticas heredadas del autoritarismo: exclusión, corrupción, favoritismo y falta de institucionalidad.

Los líderes de las demoblandas carecen de proyectos democráticos y están atrapados en el cálculo más burdo de la ganancia al margen de las necesidades y aspiraciones de la ciudadanía.  La nación le es ajena, asaltar el Estado es su principal objetivo.

Cuando las condiciones internacionales no favorecen las dictaduras como sucede ahora, y no hay factores internos que faciliten el surgimiento de un liderazgo autoritario, las demoblandas pueden durar mucho tiempo en estado de deterioro sin colapsar.  Así ocurre actualmente en muchos países latinoamericanos.

En Venezuela, sin embargo, la abundancia de dinero petrolero y un líder populista con poder militar, está facilitando el tránsito de una demoblanda a una dictablanda.  En otros países hay aprestos similares, pero sin recursos económicos abundantes y sin liderazgo militar será más difícil pasar a una dictablanda.

Como los políticos de las demoblandas cuentan con las elecciones para movilizar a la población y así temporalmente legitimarse, la República Dominicana presenciará en los próximos meses una intensa polarización política de campaña, en la que cada partido o alianza luchará con mucha demagogia para sacar ventaja, aunque eso signifique más atraso para el pueblo dominicano.

No es que las elecciones sean malas. Son muy importantes para la socialización y participación política y la elección de gobernantes en una democracia. Pero cuando el régimen político tiene fuertes vicios de corrupción, clientelismo e ineficiencia, los problemas no se resuelven fragmentando el sistema electoral y celebrando más elecciones, sino mejorando el formato y contenido de las elecciones necesarias cada varios años.

Esto lo he planteado muchas veces desde la reforma constitucional de 1994 y lo repito una vez más: el desgaste económico y político que supone un proceso electoral cada dos años es muy dañino.  Sostiene la demoblanda pero no consolida la democracia.

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