Democracia en picada

Democracia en picada

Lo insufrible no es la verdad, por bien sabida que sea. No es la verdad lo vergonzante,   sino que no se diga. Que se disfrace de lentejuelas y  bellas palabras. Que le sigamos haciendo el juego a la mentira. La verdad es una sola: nuestra democracia está en picada. Y en picada peligrosa. Medio siglo de libertades y de derechos arrancados a la dictadura de Trujillo, poco han valido para implantar un régimen de derecho, de profundo civismo, donde prevalezcan deberes y obligaciones y sacrificios para construir una patria  grande.

La palabra de origen griego (“demos” – pueblo; “Kratos” – autoridad),  “gobierno del pueblo y para el pueblo” hace que la ilusión florezca: “Solo el pueblo es soberano”. Y se consagra la sentencia en la Constitución conjugando el principio de la representatividad y la alternancia en el poder,  gracias al cual, mediante elecciones libres y democráticas, el pueblo elige a sus  gobernantes, y estos a los demás poderes del Estado, legalmente constituidos, para servir los intereses del soberano.

Y se lucha por el pueblo y se derrama sangre por el bienestar del pueblo, sin llegarse a comprender por qué se lucha o mejor a favor de quién luchamos, qué cosa es el pueblo, una entelequia que manda o los mandantes que en  realidad mandan?

En la antigua Grecia, de los filósofos, la “demos”,  con su sentido elitista, que hoy desterramos, funcionó. Pericles nos lo recuerda en su  “Oración Fúnebre” 430 años AC. Y sigue siendo hoy el mejor  sistema de gobierno para pueblos  desarrollados con sentido de igualdad y pertenencia, donde la riqueza, bien distribuida, cumple una función social, controlada por un Estado social de derecho, no de mentirillas. Donde cada ciudadano consciente practica la democracia como algo suyo y de todos, que debe protegerse, con sentido de justicia y solidaridad humana.

Se vuelve uno incrédulo, desconfiado, escéptico cuando el robo, la estafa, el crimen y la impunidad prevalecen en un sistema excluyente, discriminatorio e injusto que se hace llamar democrático. Cuando se observa cómo un pueblo marginado,  sumergido en la miseria, tiene que elegir entre el menos malo y el peor; donde las alianzas entre ellos mismos, oportunistas,  definen el voto mayoritario que aplasta a los ilusos que apuestan al cambio: a la decencia, a la honestidad, a la transparencia para ser mejor gobernados, o gobernar mejor. 

Empobrecido, domesticado, envuelto en su miseria, burlado y engañado una y mil veces, a quién estamos favoreciendo cuando seguimos  el juego de la “democracia representativa”, cuando el voto, no del ciudadano independiente libre de ataduras, del   voto consciente de su valor,  su deber y  sus obligaciones se ve aplastado por el voto pútrido del transfuguismo, del dinero y la corrupción sin paliativos, que garantiza la impunidad del régimen autocrático, clientelista, con sello de prepotencia que nuestra  “democracia”  permite  y Dios con  sus santos, amablemente, bendicen…          

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