Democracia ¿inclusiva?

<p>Democracia ¿inclusiva?</p>

EDUARDO KLINGER PEVIDA
Uno de los últimos aportes a la lexicología mundial es el de “democracia inclusiva”.

En su Mensaje de Año Nuevo el Papa Benedicto XVI señalaba que la “democracia está llamada a tomar en cuenta las aspiraciones de sus ciudadanos en general y a promover un respeto cada vez más grande hacia todos los elementos de la sociedad según los principios de solidaridad y justicia.

Desde mediados de los años ochenta se ha venido manifestando una creciente euforia por los progresos que se han alcanzado en la redemocratización de la América Latina y el Caribe, en la medida que los regímenes militares de extrema derecha se veían forzados a retornar a los cuarteles.

No hay dudas de que se ha avanzado, y mucho, en el ambiente democrático regional. Con la excepción del golpe de Estado que duró dos días en Venezuela en el 2002 no ha habido intentos serios – con algún que otro conato en Paraguay – de quebrar el orden democrático.

Sin embargo, no podemos ignorar que se sigue sufriendo de una crisis de gobernabilidad. La región sigue siendo víctima de las desigualdades sociales y ello genera graves situaciones de efervescencia social. Para algunos, las situaciones que se han venido dando en el continente en los últimos años en que gobiernos democráticos han tenido que renunciar y sus Ejecutivos huir del país son prueba de una crisis de la democracia.

Tengo una opinión contraria.

Si vemos la tradicional tendencia histórica de algunos militares latinoamericanos a usurpar el poder por medios golpistas y apreciamos ahora que en ninguno de los múltiples casos de derrocamiento de gobiernos legítimos que se han registrado en la región los militares han podido dar un conato, tenemos que concluir que la democracia ha alcanzado un importante nivel de consolidación en el área. Claro, no podemos desconocer que existen actores multilaterales como la OEA, que se han erigido en guardianes del orden democrático así como que el gobierno norteamericano, lejos de sus posiciones anteriores como gestor de golpes, es reacio a la alteración del orden democrático en la actualidad.

Pasemos por alto el error político grave que cometió el Ejecutivo norteamericano cuando no condeno el golpe contra Chávez e intento justificarlo. De 1991 hasta acá son varios los gobiernos que han sido destituidos tanto por procedimientos democráticos; es el caso de Brasil (Collor de Melo), Venezuela (Carlos Andrés Pérez), Ecuador (Abdala Bucarán) y otros, así como por la vía de manifestaciones multitudinarias que han llevado al abandono del poder y el derrocamiento de gobiernos como en el propio Ecuador, Argentina, Perú, Bolivia. Un embajador suramericano al terminar cinco años de asignación ante la República Dominicana me comentó en una ocasión que en esos cinco años él había representado a cinco presidentes distintos.

En otras épocas casi todas esas situaciones se hubieran resuelto por la vía del golpe militar. Hoy, en general, se han resuelto por los canales democráticos. La democracia política, realmente, se ha fortalecido. Se ha logrado reconquistar y preservar el derecho a elegir y ser electo periódicamente, a disponer de las instituciones que constituyen la plataforma de la democracia y su independencia.

El problema está en que la democracia es mucho más que eso.

La democracia debe ser también el ofrecer y garantizar el disfrute de las necesidades básicas a toda la población y no a un sector minoritario de la misma; democracia es ofrecer acceso a los beneficios económicos y sociales, en el sentido más pleno, a todos los estratos sociales. La democracia no puede resignarse y conformarse solamente con garantizar los derechos políticos, debe incluir igualmente los derechos socio económicos. La democracia no puede ser tan solo política tiene que manifestarse también en lo socio económico.

La realidad histórica nos muestra fehacientemente de que la democracia política no puede sustentarse en si misma a largo plazo sin enfrentar una seria crisis de gobernabilidad.

Tiene, indefectiblemente, que comprender una democracia socio-económica, entendiendo como tal el atender las necesidades esenciales de la población y hacerla partícipe del proceso democrático. Fuerte será en realidad un proceso democrático en la medida que abra los más amplios canales de participación a toda la población de todos los estratos sociales.

Entonces, la democracia, debe ser, también participativa.

De eso es de lo que se habla ahora con insistencia en los organismos internacionales como la OEA, CEPAL, el PNUD y las agencias del Sistema de la ONU; de que en las democracias no pueden olvidarse los sectores mayoritarios de la población que quedan excluidos, literalmente, de los canales de beneficios sociales del desarrollo y se deben promover acciones que catalicen la inclusión de esos sectores activamente dentro de los procesos democráticos, en lo político y en lo socio-económico.

De eso se trata cuando se habla de democracia inclusiva.

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