¿Democracia o tiranía?

¿Democracia o tiranía?

HAMLET HERMANN
Los que vivimos la juventud dentro de la tiranía de Trujillo tenemos algunas experiencias que los jóvenes de hoy debían conocer. En aquel tiempo, el espionaje era de tal magnitud que nadie se atrevía a decir por teléfono algo más allá de lo que podía gritar a viva voz en medio del parque Colón. Los seudónimos para hablar incluso al oído sobre algunas figuras señeras de la tiranía eran ejemplo de la creatividad que siempre ha caracterizado a los dominicanos.

El miedo a la brutal represión trujillista nos hizo creer que todo cuanto conversábamos por teléfono era escuchado en el Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Incluso, las emisoras extranjeras de radio eran escuchadas con las orejas pegadas a las bocinas. Los mismos temores e impotencia se sentían en relación con la correspondencia privada de cada ciudadano. Y ahí sí era cierto que cuanta carta llegaba al correo era abierta, leída, a veces copiada y cerrada al descuido como para que todos supieran que estaban vigilados estrechamente por el régimen tiránico. En resumen, no es que fuéramos paranoicos, que sufriéramos delirio de persecución, sino que el espionaje era omnipresente y ordenado desde las altas instancias del poder.

En contraposición a la tiranía, desde aquellos años algunas personas mayores presentaban la democracia norteamericana como el paradigma a imitar en cuanto al respeto a las libertades públicas de los ciudadanos. Pero, ¡OH sorpresa! Quien pudo ser ejemplar en algún momento de su historia ahora se nos presenta en su desnudez como el más evidente violador de la privacidad de cualquier ciudadano al que el régimen de W. Bush considere pasible de sospecha. Sospechoso de cualquier cosa: de hablar sobre política por teléfono, de intercambiar correos electrónicos o de enviar y recibir cartas desde el exterior de Estados Unidos. En ese antiguo ejemplo de democracia cualquiera puede ser vigilado por no mostrarse entusiasmado con las medidas autoritarias tomadas por el actual gobierno norteamericano aún cuando éstas sean violatorias de la Constitución y las leyes de ese país. Desgraciadamente, la inversión de la prueba se ha convertido en norma de su justicia. Ahora cualquiera puede ser arrestado en base al acta de seguridad nacional y estará siendo considerado culpable hasta que demuestre su inocencia.

Para la puesta en vigencia de estas normas anti-democráticas la excusa ha sido el ataque contra las torres gemelas el 11 de septiembre de 2001. Este hecho hizo posible la coartada para que se pusiera en marcha el más amplio programa de acciones encubiertas que ha conocido la historia de esa nación. Incluso, bajo este gobierno el espionaje es más grande y más ambicioso que el que funcionó durante la guerra fría contra los países socialistas.

Este programa secreto es coordinado por la agencia Central de Inteligencia (CIA) y es conocido por apenas tres letras: GST, abreviación de un nombre codificado innombrable. Lo interesante de este programa de espionaje contra el pueblo de Estados Unidos y el resto del mundo es que está basado, paradójicamente, en la defensa propia de esa nación (self defense). Todos los abusos que los norteamericanos cometen contra ciudadanos de cualquier nacionalidad son justificados por la defensa propia. Las desmesuradas agresiones se cometen flagrantemente porque, supone la Casa Blanca, en algún momento la persona o el país en cuestión podría convertirse en agresor aunque no haya pruebas de que existe esa posibilidad.

Algo que llama la atención en el caso de la administración W. Bush es la forma descarada en la que cometen tantas violaciones a los derechos humanos. Antes, los presidentes de Estados Unidos trataban de mantener distancia de las acciones encubiertas para no manchar la majestad de la presidencia. Pero el actual mandatario norteamericano ha traspasado las fronteras entre las acciones encubiertas y la guerra convencional hasta el punto de que parece disfrutar los sucios detalles de las operaciones violatorias de cuanta norma exista entre los humanos.

Para nosotros el pueblo de República Dominicana el dilema es que nos hemos quedado sin paradigma democrático defensor de los derechos humanos. Y cuando uno pierde el marco de referencia ética y humana, corre el riesgo de justificar cuanta violación se comete en nombre de un dios y de una política que sólo beneficia al verdugo, nunca a la víctima.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas