Democracia, partidos políticos y sociedad civil

Democracia, partidos políticos y sociedad civil

Definir  la Democracia en dos palabras, saliendo del marco de Abraham Lincoln, es prácticamente misión imposible. La pobre, ha recibido tantos embates, malos tratos, ha sido tan desfigurada que resulta difícil  reconocerla en cualquier sistema de gobierno, uncido ya sea al capitalismo deshumanizante, o a las dictaduras de derecha o de seudo izquierda, con frecuencia  acompañadas del  caudillismo mesiánico que se reproduce en  la continuidad del poder en estas democracias  representativas renovadas cada período electoral para ilusionar  a una población   ingenua y cautiva, carentes de todo,  prisionera de un sistema que aumenta sus miserias y su dependencia, atrapada en la falta de institucionalidad, el desorden organizado, la corrupción y el clientelismo pugnado por una multiplicidad de partidos políticos  inorgánicos los más, y aquellos pocos de mayor tradición y arraigo popular, vendedores de  imágenes falsas y vanas promesas. 

Los partidos políticos, pilar de la democracia, como han sido definidos pero “no consustanciales a ella”, son instituciones de derecho  público, conformados por dirigentes, afiliados y simpatizantes que se identifican y responden a  determinados intereses y valores que tienen que ver con el  ordenamiento social y económico,  los cuales tratarían  de imponer  una vez llegados al poder, a como dé lugar,  siendo esa su razón de ser. Los malos gobiernos abonarán, con sus desaciertos, el desencanto  lo mismo que  la frustración y el descreimiento, el abandono de la militancia refugiada en el pesimismo o en la indiferencia, o  dispuesta  pasarse al bando contrario, o acomodarse, tocada por las mieles del poder.

En la oposición se caracterizan  por ser los críticos más tenaces y acervos contra toda política o medida gubernamental que entiendan contraria al ideal democrático y perjudicial a los legítimos y sagrados intereses de la nación.

Hallarán  en la sociedad civil  un aliado coyuntural valioso. No estando preocupada, conceptualmente, en alcanzar o nutrirse del  poder político, dada su naturaleza,   y no siendo otra su suprema  aspiración que la de ser bien y mejor gobernada, no debería causar recelo o resquemor más que al gobierno de turno,  De ahí que, dado los fines perseguidos y su coherencia institucional,  los que ayer fueron sus aliados circunstanciales, en  gobernando se tornan  en adversarios.

¿Y qué significa ser mejor gobernada? Significa tener un gobierno participativo, no excluyente, respetuoso de sus propias  leyes, de la Constitución de la República y los tratados internacionales. Brindar y mejorar los servicios  públicos puestos a su cargo con eficiencia, honestidad y transparencia;   proteger y garantizar  los derechos humanos; ser guardián de la  soberanía, de los recursos naturales y del interés general  de la nación, garante de un régimen de libertades, donde impere la justicia social y la seguridad ciudadana. Exactamente lo que suelen proclamar y  prometer sus dirigentes  al paso  obligado hacia el palacio de gobierno.

No debería entonces haber fricciones  ni diferencias significativas en cuanto a logros, fines  y propósitos comunes de ambas instituciones, si la democracia tuviera el mismo valor, alcance y sentido entre gobernantes y gobernados. Pero no. Mejorar los partidos políticos, fortalecer la sociedad civil para hacer cada vez más eficaces sus justos reclamos ha de ser la consigna para el verdadero cambio.               

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