¿Demócrata? ¿Republicano?

¿Demócrata? ¿Republicano?

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Se me ocurre que debe ser por el sonido de la palabra. Lo cierto es que, como le sucede a una inmensa mayoría de dominicanos, me resulta más grato el Partido Demócrata estadounidense, que el República. Las palabras tienen una fuerza, una radiación tan extraña… Y es que no tenemos ventajas si en los poderosísimos Estados del Norte gobierna un Presidente Demócrata o Republicano. El imperio es el imperio y los intereses son los intereses. Ya se sabe: «business is business», y cuando un imperio tiene en su puño toda la seguridad que otorga la férrea fuerza, sólo se interesa en los negocios. ¡y qué gran negocio es la guerra para quienes no van a matar directamente, en persona, o a morir en tierras lejanas, de nombres casi impronunciables en inglés!

Los grandes jefes imperiales de la antigüedad iban a la guerra; en el Siglo XX mandaban a otros a la carnicería, cada vez con mayor simpleza y comodidad. Ya basta con presionar unos botones o un teclado para desatar el horror de la muerte lejana.

¿Cuáles ventajas hemos tenido los dominicanos con los presidentes del Partido Demócrata? El Demócrata Woodrow Wilson ordenó que nos invadieran en mil novecientos dieciséis. Se trata del presidente que inauguró una serie de reformas llamadas «New Freedom», Nueva Libertad, y que luego de incorporar a los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial y lograr la derrota de los enemigos, favorecía ardorosamente en Versailles la «autodeterminación de los pueblos». También fue un Presidente Democráta, Lyndon B. Johnson, quien ascendió de la vicepresidencia a la presidencia tras el misterioso y bien tapado asesinato político del presidente J.F. Kennedy, Johnson, quien ordenó la abrumadora invasión del 28 de abril de mil novecientos sesentaicinco a territorio dominicano. Vienen «a salvar vidas», unos veintidós mil marines, mal contados, más pequeñas unidades de Honduras, Nicaragua, Paraguay y Costa Rica, hijas de otro doblegamiento de la Organización de Estados Americanos, en vano intento de tapar el sol con un dedo.

Entonces ¿en qué nos convenía a los latinoamericanos una victoria del Demócrata John Kerry? ¿No es lo mismo uno que otro?

Pero uno le teme a sus arranques de cowboy, con los ojillos estrechos y una prepotencia terrible, que no le hace caso a la ONU, al Protocolo de Kyoto, a ningún acuerdo internacional que implique restricciones legales.

No obstante que las diferencias entre Kerry y Bush fuesen poco significativas para nosotros, teníamos la esperanza de que un rechazo masivo de la población norteamericana a la reelección del actual mandatario, significara una desaprobación a las políticas de Bush, quien ha enviado a la muerte a un alto número de militares norteamericanos en Irak, con la excusa de que Saddam Husseim -antiguo aliado, protegido, armado y entrenado, como otros dictadores- tuviera armas de destrucción masiva… que no aparecen por ninguna parte.

Piensa uno que Kerry, midiendo el disgusto popular norteamericano expresado en una formidable derrota de Bush, pudiese haber sido capaz de abandonar la peor parte de la arrogancia imperial y no pensar en «guerras preventivas» que en realidad esconden propósitos inconfesables.

El Islam es una cultura a la cual no se le puede imponer la «libertad» hippie o yuppie, o lo que sea que aparente ser un movimiento sin serlo, porque ha devenido una manifestación comercial del sistema.

Hay que respetar la trayectoria y las características de los pueblos, cada uno con su particular historia que explica lo presente, lo de hoy y lo de ayer.

Admiramos al gran pueblo norteamericano, pero no a la política de quienes se sienten en la cima del mundo, respirando desprecio y desvalorización.

Ojalá que la pequeña diferencia entre quienes le dieron la victoria y quienes se le opusieron, le haga comprender a Bush que debe transitar nuevos caminos y lo aleje de pretender saborear nuevas «aventuras» teñidas de sangre y dolor.

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