Entre los años 1954 y 1960 Franklin Mieses Burgos escribió un cuaderno de poesía titulado “Al oído de Dios”. En el año 2007, con motivo de la X Feria Internacional del Libro y el centenario del nacimiento del poeta, el Ministerio de Cultura decidió editar una antología de su poesía. La selección de dicha antología fue confiada al autor de esta columna por el ministro de entonces, José Rafael Lantigua. La edición, en papel satinado, con ilustraciones de Gilberto Hernández Ortega, Fernández Granell, Noemí Mella y Clara Ledesma, resultó un bellísimo libro, impreso por la Editora Amigo del Hogar; el diseño y arte final fue obra de Ninón León de Saleme.
De “Al oído de Dios” yo escogí dos poemas: “Degollación de los inocentes” y “Oda al nacimiento de un minotauro”. La antología está precedida por una “Presentación”, adecuada y justa, del ministro Lantigua; y una breve “Introducción” mía, en la cual expongo el criterio empleado para realizar la selección. Poca gente conoce los versos de “Oda al nacimiento de un minotauro”. Y al oírlos, no creería nadie que los compuso el mismo autor de “Esta canción estaba tirada por el suelo”. La pertinencia y actualidad de esos versos, me impulsa a transcribirlos para los lectores de “A pleno pulmón”. Fueron escritos hace más de medio siglo.
“Ella emigró hace tiempo del círculo de fuego/ de la mitología del viejo pueblo griego./ Ahora habita en la pétrea isla de Manhattan,/ entre los rascacielos de esa urbe anglicana donde públicamente se invoca a Jesucristo/ y se adora, en el fondo,/ la grotesca figura del Becerro de Oro;/ culto inculto que auspicia,/ el demonio insaciable del petróleo”./ “Ningún otro cubil puede ser más idóneo/ para quien egresada de los hondos infiernos,/se complace cambiando sus ígneas potestades/ por unos cuantos chicles y algunas coca-colas”.
“Pero así son los signos de nuestros locos tiempos./ Tiempos incomprensibles, donde lo que sucede,/ no es lo que acontece,/ sino, lo que se quiere que sea lo acontecido,/ lo aprovechable sólo para aquellos/ a quienes no conviene que la vida humana transcurra,/ como el agua del río perenne y fugitivo/ de que nos habla Heráclito de Éfeso”. Este nuevo minotauro es la “criatura del egoísmo humano”.