«Dende chiquiningo»

«Dende chiquiningo»

COSETTE ALVAREZ
En estos días, recomendando a un amigo ante el consejo directivo de una compañía constructora, dije que siendo él ingeniero agrónomo, quizás no me atreviera a garantizar su destreza sembrando algo tan silvestre como la auyama pero, en cambio, para lo que ellos necesitaban un trabajo de herrería, lo recomendaba ciegamente porque a él le salieron los dientes en el taller de su padre.

Es así. Los niños (y las niñas) aprenden lo que ven, y lo aprenden bien. Casi todos nuestros hijos e hijas han hecho, hacen o harán algunas de las cosas que nosotros hacemos reiteradamente en su presencia, aunque rechacen de plano muchas otras de las que también hacemos y reaccionen conductualmente en contra. (Por ejemplo, tengo por lo menos dos amigas, maestras muy consagradas cuyos hijos han sido pésimos estudiantes, para fastidiarlas por el tiempo que ellos consideran les han restado en aras de la vocación magisterial).

Sabiendo eso, no entiendo mi propio estupor al escuchar a una maestra de escuela pública en barrio marginado contándome historias de niños que siguen los pasos de sus padres, especialmente cuando uno de los casos se trata de un menor que ha sido advertido de que, si continúa portándose mal, no lo dejarán entrar al recinto escolar mientras su padre no acuda a una cita con el director.

El niño contesta que su padre está preso en La Victoria, que él vive con un tío. Entonces, le preguntan que de dónde sacó ese celular tan vistoso. El niño responde que su tío se lo regaló a cambio de que entrara por la ventana de una casa y le abriera la puerta.

Todos nosotros nos hemos pasado la vida escuchando y hasta padeciendo historias de rateros que se sirven de menores, incluso de sus propios hijos o sobrinos, para que les abran las puertas de nuestras casas. Pero, al menos yo, nunca había recibido, ni siquiera así, indirectamente, el testimonio de un menor con experiencia en el ramo.

Creo que no hay prueba más contundente de la inutilidad de nuestras escuelas públicas. Por muy consternado que se encuentren los directores y las directoras de los planteles, por muy abrumados que queden los maestros y las maestras, no tienen la plataforma, el respaldo adecuado para tomar una medida que, en vez de alienar al menor para siempre, lo rescate.

Sí, porque si los niños y las niñas víctimas de este imperdonable abuso terminan además expulsados de la escuela, entonces no les quedará otra que mantenerse en el oficio del que han recibido tan intensivo entrenamiento. ¿Ustedes creen que no los expulsan? Pues, miren, a las menores embarazadas las expulsan, negándoles el derecho a terminar de educarse por lo que tampoco podrán educar al producto de sus embarazos. ¡Vaya aporte a la sociedad!

Ahora, por enésima vez, ¿dónde está el sistema educativo oficial? ¿Y los tantos  – costosos – organismos paralelos del Estado con nombres tan rimbombantes, dizque para la protección a los menores? ¿Y las nunca bien ponderadas – súper onerosas – oenegés? No pocos de mis conocidos y conocidas que trabajan en esas áreas me han retirado su amistad debido a que les repito que no resuelven nada porque cuando no existan los problemas que justifican la presencia de tales instituciones, o sea, cuando las mismas funcionen y muestren algún resultado, ahí mismo terminará la fuente de ingresos, por tanto también los seminarios, talleres, diplomados, maestrías, los viajes y todo lo que ello implica.

El hecho de que los males existan desde siempre no quiere decir que hayan dejado de ser males. Aquí la costumbre no puede hacer ley, mucho menos convertirse en chorro de gastos para el Estado, por lo tanto, para los contribuyentes, ni en eterno medio de vida de la llamada sociedad civil.

¿Recuerdan cómo se silenció el escándalo por la trata de blancas en que se vio envuelta una de nuestras misiones diplomáticas? ¡Con un par de seminarios sobre el tráfico de personas, uno en esa misma sede y otro en América Central, ambos auspiciados por las Naciones Unidas! No se habló más de eso.

Como estamos viviendo en un régimen de partidos, tendremos que reestructurar la frase de que los niños de hoy son los hombres del mañana y decir que los/as menores de hoy son los/as votantes de mañana, a ver si así reaccionan, aunque lo dudo, porque los votos se cuentan todos iguales y sabido es que a veces ni los cuentan.

Los adultos no tenemos perdón de Dios. Cierto es que la vida se nos va ocupándonos de todo lo que debería estar resuelto, incluido en lo que está llamado a ser el paquete de nuestros derechos civiles, pero también es cierto que estamos siendo demasiado negligentes, por acción o por omisión, con la educación de nuestros menores. Entre los malos ejemplos y la displicencia, estamos dejando a esta sociedad ciudadanos de escasos principios, de pobre formación. Y muchos de nosotros, los que sobrevivamos, estaremos ahí para ver los resultados, así que pagaremos por ellos de sus propias manos. Ya nos veremos diciendo: «¿qué se podía esperar de ese/a muchacho/a? Ej»así dende chiquiningo/a».

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