Es una noche de 1993 y la policía de Detroit encuentra un auto en la soledad del estacionamiento de un hotel de la ciudad. Cuando abren la puerta se topan con la estrella de los Pistons.
Morocho, con su metro noventa y seis tatuado de punta a punta, y piercings en los orificios de sus fosas nasales: Dennis Rodman duerme abrazado a un arma. «Escribí una nota y me fui al coche que estaba aparcado en el parking del Palace. Tenía una pistola y la puse en mi mano. Por alguna razón, antes de apretar el gatillo o hacer cualquier cosa, puse música. En la radio sonaban ‘Even Flow’ y ‘Black’ de Pearl Jam. Tenía el arma a mi lado, a punto de darme un tiro, pero empecé a relajarme con la música y me quedé dormido. El próximo recuerdo es que desperté rodeado de policías. Entonces me di cuenta que no me había traicionado la NBA. Creía estar deprimido por eso. Había llegado hasta allí porque sentía una necesidad enorme de ser amado”. Aquella, fue la noche que Pearl Jam salvó la vida de Dennis Rodman.
Los que siguieron los rastros del Gusano hasta estos, sus años de ostracismo, juran que han sido tiempos duros y apenas le quedan quinientos mil dólares: “Dennis Rodman está en bancarota”.
Suena raro asociar una cuenta de quinientos mil dólares a la bancarrota. Eso, para un humano cualquiera. En cambio, para un hombre que llegó a la cima de la NBA supone mirar el abismo desde cerca.