Depende de la dependedura

Depende de la dependedura

La Policía Nacional se encuentra bajo la lupa. Hostigado el país por variados matices de criminalidad, ha dividido a su nación. Una parte de ésta censura a la policía con acritud, porque dispara sin cesar. Otra parte del pueblo…, otra parte calla. En esto, como en muchos otros asuntos de la humana existencia, todo depende del color del cristal con el que se contemple la vida.

Hace varios años una monjita cayó de una acera de la intersección Rómulo Betancourt con Winston Churchill. Su cuerpo, movido como un reguilete por un bribón que le arrebató un bulto, hizo impacto en el contén. La religiosa murió en el acto, pues se había desnucado. Debido a que cuantos contemplaron aquella forma de vil asesinato se hallaban en lejana orilla del río, no fueron defendidos los derechos de las religiosas a portar macutos en las calles. Ninguna asociación de derechos humanos protestó por el crimen. Es lógico, pues no existe ninguna asociación que luche por los derechos de los religiosos.

Otros dolorosos recuerdos de años atrás y actuales pueden retrotraerse en la memoria. Puede hablarse de centenares, de miles de cobardes asesinatos con víctimas para las que no hay proclamas por los derechos humanos conculcados por sus homicidas.

En cambio, hay asociaciones de los derechos humanos que claman por los derechos humanos de los bandidos. Vístase de ladrón o asesino y tendrá a su lado una pujante asociación de derechos humanos que luchará por usted. Por eso la Policía Nacional es objeto de cuestionamientos. Los merece por supuesto. Durante largo tiempo ha servido a individuos que con audacia digna de mejor destino se enrolan para encubrir sus crímenes. Muchos han sido sorprendidos en flagrante delito. Otros han caído como resultado de investigaciones.

Eso es una verdad incuestionable. Como es verdad aquello de que moviéndose bajo la piel de ovejas transitan junto a nosotros lobos capaces de engullirse a toda la sociedad. La lenidad de instituciones y pueblo ante el crimen ha conducido al desbocamiento criminal en que vivimos. Es triste para el cuerpo social, y cubre de dolor a las familias que pierden un lobo, contemplar la radicalidad de las acciones policiales.

Pero, ¿orientamos a nuestros hijos para evitar que de ovejas se tornen lobos? ¿Cuántos padres que saben que sus hijos no laboran en actividades remuneradas los ven llegar con bienes cuya procedencia deciden ignorar? La radicalidad en la lucha contra el crimen es legítimamente censurable. La permisividad es moralmente reprensible. ¿De qué lado empuñaremos la lupa para observar el panorama?

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