Los haitianos no sólo promueven, desde largo tiempo, la devastación de los bosques dominicanos para convertirlos en carbón y solucionar sus perentorias necesidades. También siembran el terror y el temor con sus creencias de aquelarre hechicería en toda la línea fronteriza y en las provincias cercanas. Este es un modo de hacerse temer y hacer lo que se les antoja con la depredación continua de nuestro territorio.
No se le ocurra preguntar el nombre a un campesino dominicano de la Frontera. Se gana inmediato resentimiento y hasta odios que surgen impulsivos en la brillantez fugaz de la mirada.
Tenso, ante la pregunta que para él es «indiscreta», apenas acierta a emitir un gruñido, girando los ojos con temerosa malicia y siguiendo el camino como si nada hubiera oído, como si nada hubiera ocurrido.
La explicación de esta conducta la comprobé en El Cercado, Hondo Valle y otro, lugares cercanos al viajar por esa región. Y es que el campesino dominicano de la Frontera teme dar su nombre a personas extrañas, porque piensa pueden utilizarlo en su perjuicio.
Existe la superstición, con profunda raíces arraigadas desde tiempos remotos y procedente de Haití, de que una persona en posesión del nombre real y verdadero- de otra, lo puede utilizar para hechicería; por calculados maleficios lo puede convertir en animal y enviarlo en esa condición a un sitio enigmático y desconocido donde nadie lo puede encontrar. Ese lugar es llamado con sigilo y espanto El Alcajé.
El Alcajé es un imaginario sitio de leyendas explicado con insistencia por los haitianos que viven en el territorio dominicano. Con sus electrizantes relatos ganan respeto y miedo y se le adjudican poderes no alcanzados por los habitantes de nuestro país.
En ese lugar que nadie sabe donde está situado. Los hombres y mujeres convertidos en bestias son enviados por la sola fuerza de la voluntad del hechizador y allí deambulan indefinidamente en su condición salvaje y sin posibilidades de redención; no tienen capacidad de volver a convertirse en humanos.
Frente a ese Averno con tintes aterradores para la simple mentalidad del campesino dominicano de nuestra frontera, es comprensible la reserva y el temor para dar a quien no conoce su identificación cabal.
Esta es la superstición con más arraigo en los criollos habitantes del lado dominicano, por las implicaciones peligrosas y terribles que supuestamente conlleva.
Pero, también lo tienen ya en otro nivel de aprehensión, a los Vacá, a los Galipotes, y a los Sombís, integrantes de una mitología macabra con el sólo propósito de infundir temor y pescar en río revuelto con peticiones de brebajes, pagados a muy buenos precios, para evitarse los encuentros con estos seres malignos y capaces de los peores despropósitos.
Se necesita una lucha tenaz para desarraigar esas supersticiones fijadas en tradiciones orales de generación en generación de haitianos que se mezclan con los dominicanos en la región fronteriza.
Puede que esta costumbre tenga su origen en el Egipto según Kacques Vandier, citado por Jorge Luis Borges: «Basta saber el nombre de un divinidad o de una criatura divinizada para tenerla en su poder». De Quicey -cita de Borges- nos recuerda que era secreto el verdadero nombre en Roma; en los últimos días de la República, Quinto Valerio Sorano cometió el sacrilegio de revelarlo, u murió ejecutado.
En Haití -si es que tiene relación alguna lo del Alcajé con la anteriormente citado- es una palpable degeneración con propósitos de sugestión, influencia del terror y oscurantismo.