Deprimido y asustado

Deprimido y asustado

FRANCISCO ALVAREZ CASTELLANOS
¿Deprimido y asustado? Así me siento yo, hasta el extremo de que, incluso, estoy en manos de mi psiquiatra. Deprimido, porque estoy viendo que en lugar de arreglar las cosas malas que encontró en el país, este gobierno las está dejando igual. Asustado, porque no tengo la más mínima duda de que la nación va camino del despeñadero social, político y económico. Me explico.

Todo el mundo sabe la clase de gobierno que tuvimos del 2000 al 2004; de los miles de millones de dólares que se tomaron en préstamo prácticamente para hacer millonario a un minúsculo sector de la población; de las obras que se contrataron, se pagaron y no se hicieron y, a pesar de eso y mucho más, no hay un solo corrupto preso.

Asustado, porque el Gobierno, en lugar de reducir el gasto público, lo ha aumentado desmesuradamente. Solamente hay que contar cuántos subsecretarios de Estado existen en el país, «botellas» en un 95 por ciento; solamente hay que contar cuántos vice-cónsules dominicanos han sido nombrados en todo el mundo; cuántas embajadas son totalmente innecesarias, pues con un cónsul honorífico bastaría; cuántos miles de millones de pesos se van en pagar regidores que «antes» no cobraban nada por tratarse de cargos honoríficos, según una ley que a lo mejor fue anulada.

Al recordar que cuando Hatuey De Camps fue presidente de la Cámara de Diputados aumentó el salario de los legisladores a mil pesos oro mensuales y veo ahora cuánto ganan los honorables individuos que forman uno de los tres poderes del Estado, que incluso gozan de un club particular, dietas y otras «menudencias»; cuando «le doy mente» a que un solo individuo, funcionario público, es miembro también de varios consejos directivos de empresas autónomas del Estado, con sus correspondientes emolumentos (alias cheques); cuando me entero de que en determinadas instituciones oficiales existen las tristemente famosas «nominillas»; cuando calculo cuánto cuenta un solo viaje presidencial al extranjero, sin que veamos los beneficios que nos dejan.

Cuando sabemos que el galón de gasolina va rumbo a los 200 pesos; que los transportistas privados aumentan el precio de sus pasajes cuando les da la gana; cuando la tarifa eléctrica nos está literalmente «electrocutando», a pesar de que sufrimos el peor servicio eléctrico de la historia, sin contar que el agua que nos sirven es poca y no en el mejor estado.

Cuando veo las «jepeetas» en que se trasladan los altos funcionarios del Estado; cuando leo y releo todo lo publicado sobre un viaje a Irlanda.

Estoy de acuerdo en un 50 por ciento con el TLC, pero me pregunto lo siguiente: ¿Subsidiará el gobierno a nuestros productores agropecuarios, como hace Estados Unidos con los suyos? Y me respondo «ipso facto»: ¡no! Lo que significa que, por ejemplo, nuestros productores arroceros tienen que comprar gran cantidad de insumos y pagarlos en dólares, por lo que cuando el arroz norteamericano de primera calidad llegue al país se venderá a menos de la mitad de los que nos costará el arroz criollo. Y esa es solo una «pluma» del «plumero».

Ahora, si no firmamos el TLC el país se automarginará automáticamente de todo lo que significa comercio en el área caribeña y centroamericana, lo que nos costará algo mucho más preciado que el dinero: la soberanía. Y seremos, sin hablar más, un auténtico «estado fallido». Y los dominicanos no sabremos qué hacer para hacer frente a nuestras más perentorias necesidades.

Los ricos, los que tienen sus millones en bancos extranjeros, seguirán haciendo su vida de siempre, pero nosotros, la clase media (alta o baja), los pobres y los paupérrimos, ¿ qué rayos vamos a hacer para seguir existiendo ?

Y que conste, aún no he hablado del «paquetazo» de impuestos que se nos viene encima.

Por todo eso, y mucho más, estoy deprimido y asustado. Usted dirá, amigo lector, si tengo razón o no.

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